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“Para que el sistema se eternizara todos tuvimos que tener miedo, porque los que tienen miedo callan.” Barro más dulce que la miel. Margo Rejmer.
“Pensando en la llave, cada quien confirma una prisión.” Tierra yerma. T.S. Eliot.
Cuando era niña, sin elementos para comprender matices, seguramente influenciada por cuentos de hadas y, hay que decirlo, creciendo en un país en el que había una guerrilla, explotaban bombas y te podían parar en la carretera para llevarse a alguien de tu familia, concebía el mundo dividido en buenos y malos. Eran épocas en que les preguntaba a mis padres antes de ir a dormir si no pasaba nada. Y eso se reducía a si los malos no se acercarían a nosotros esa noche en particular, si podíamos acostarnos tranquilos. Y los malos, en el imaginario de esa niña, eran los que tenían armas. Porque la gente buena no mata.
Pienso en eso al ver el uso del miedo que hacen los populistas, de ninguna manera ejemplarizando matices, sino pretendiendo camuflar la posibilidad de identificar claramente los valores que representan eso que hemos definido como el bien. En Estados Unidos los tiroteos y ataques en colegios ya son pan de cada día, en un todos contra todos —¡incluyendo niños!— de quien ha convertido la violencia, a través de la normalización de las armas, en la forma de aplastar la diferencia. Y ahora asistimos con los pelos de punta a la transformación de la sociedad brasileña a partir del bolsonarismo, en donde la multiplicación de las armas ha multiplicado a su vez las agresiones. “Pocos dudan que este clima repentino de miedo y preocupación de millones de padres que se niegan a llevar a sus hijos a las escuelas, sean públicas o privadas, hacen parte de una estrategia a nivel nacional para sembrar un clima de guerra. No son solo los padres y alumnos, sino también los profesores quienes se niegan a acudir a las clases o acuden a ellas con pavor”, escribe el periodista Juan Arias en El País.
En el documental Marea humana (Amazon) jóvenes palestinos relatan cómo crecen oyendo estereotipos sobre los israelíes, esos otros detrás del muro a los que hay que temer y contra los que hay que luchar, pero confiesan que en realidad no los conocen. Por su parte, la primera ministra de Italia Giorgia Meloni utiliza sin vergüenza el término sustitución étnica, en la línea del Gran Reemplazo, cuya esencia es el miedo a que extranjeros remplacen a la población que los supremacistas blancos, nacionalistas y ultraderechistas consideran la original de una nación. Son miedos útiles para que los populistas accedan fácilmente a estados de emergencia y tomen decisiones que de otra forma serían complejas.
Pienso en esa idea espeluznante que mencionó esta semana la senadora colombiana María Fernanda Cabal en una emisora, defendiendo el porte de armas como un paso hacia una sociedad más segura: “si disparan, disparo”. El temor hace que la gente ceda, que le conceda facultades a quien considera que representa sus valores. Pero, como escribió Elvira Lindo en su columna, “provoca cansancio pensar que en esta insufrible polarización asumimos la mentira si es que proviene de los nuestros». Porque es que es una tremenda mentira: el odio y las armas son solo la llave que confirma la prisión.
Recuerdo entonces cuando en mi ciudad me siento agredida por otro vehículo pero me abstengo de pitarle ante la posibilidad de que su conductor me saque un arma en el tono de “usted no sabe quién soy yo”, y a lo mejor vaya y dispare. Evoco la fuerza que hago con cada noticia de Brasil en esa dirección, a ver si frenan a tiempo y no alcanzan a ese Estados Unidos que parece irreversible. Porque si la garantía de seguridad es tener un arma para defenderse, sabremos que vivimos en el lugar más inseguro posible.
Tengo la impresión de que una de las mayores riquezas que nos traen los años es precisamente la infinidad de matices, saber que la vida no se reduce a buenos y malos, pero intentando no perder la fe en unos mínimos referentes que iluminen. Y para eso sería nefasto que se borrara del todo esa línea desde la que la mirada de una niña trata de identificar la maldad y la bondad. Que si cualquiera dispara y el arma es omnipresente como defensa ante aquel que nos dijeron que era malo y que ni siquiera conocemos, si desaparecen aquellos que no dispararían, esos que se reúsan a la violencia, se habrá diluido para siempre la frontera entre el bien y el mal.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/