Según el último informe del Invamer Poll de octubre de 2021, el 77% de las personas encuestadas creen que las cosas en el país van empeorando y el 57% está inconforme con su estado de vida.

El país está desanimado por varios motivos. En primer lugar, por la pandemia que ya completa año y medio en su vorágine de miedo, riesgo biológico, incertidumbre financiera y cambio abrupto en la vida de todas las personas. Sus secuelas aún no las percibimos completas, se van a ir haciendo evidentes con la distancia que permite apreciar mejor la crisis, una que fue profunda, sin dudas y que no acabó con la apertura o el paso de los confinamientos estrictos.

La segunda razón que veo para el desánimo es la gestión y la imagen del gobierno nacional. Acá hay que referirse de manera muy personal al presidente, máxime en un régimen de  presidencialismo exacerbado como el colombiano. Siguiendo con Invamer, el 72% de los colombianos encuestados en octubre desaprueba la gestión de nuestro mandatario nacional.

Mezcla curiosa nos ha tocado, casi como una cruel lección temporal, pasar por una crisis pandémica que tiene que ser capitaneada por un timonero anodino, desinflado en credibilidad, que lejos de inspirar lo que hace es espirar lugares comunes, propuestas vacías, proyectos irrelevantes bajo un manto de aparente firmeza. Con el Presidente Duque la espera por la terminación de su gobierno ha sido larga, incluso para sus otrora defensores, cada vez más pocos.

El tercer y último factor relevante en la falta de ánimo colombiana es la ausencia misma de un proyecto esperanzador. Me explico: con diferencias ideológicas, con personas a favor o en contra, los últimos presidentes nos presentaron un proyecto claro de país, de lo que ellos consideraban prioridades nacionales y centraron ahí sus esfuerzos, y de alguna manera sus esperanzas, que nos quisieron vender como las de todos. Uribe lo hizo primero con la seguridad y luego con sus “tres huevitos”, Santos lo hizo con la paz … y sí, a la pregunta por el proyecto de Duque la respuesta se muestra esquiva, casi imposible, no se logra encontrar su sello, identificar su prioridad o siquiera señalar una idea reiterada, una que lo marque y lo distinga, al menos que lo identifique.  

Se juntan, entonces, el temor e inquietud sobre el futuro personal con una falta de identificación de un proyecto común, de una idea de país, sea para apoyarla o para debatirla. Esta es una oportunidad para todo aquel o aquella que quiera llegar a la presidencia, la idea de la inspiración es tan poderosa como la de la adhesión, incluso subsidiaria. Un ciudadano inspirado por un proyecto común no solo sigue, sino que invita, convoca y apoya. Esperamos de nuestro próximo mandatario o mandataria que cumpla con sus funciones, pero también que inspire, que nos presente un proyecto esperanzador, esto no es ingenuo o falaz, necesitamos pensarnos con un mejor porvenir en el que nos comprometamos.

Cuesta ver que las personas llamadas a inspirar puedan hacerlo, si no soportan una reunión difícil de una hora, y la culpa importa menos cuando el que pierde es el nosotros, el país. Claro que los acuerdos no son sencillos ni rápidos, al menos no cuando son bien hechos. El acuerdo político del reparto es rápido y efectivo, y eso lo conoce bien la política tradicional en el mal llamado espectro de derecha, ellos tienen interiorizada la pauta manzanilla del reparto aceitada con la efectividad de los años, mucho más que lo que otros han podido aprender en un eterno retorno a los mismos errores, pese a que muchos creímos, como mis buenos amigos hinchas del Deportivo Independiente Medellín, que este año sí, que esta vez sí, y atónitos vemos como, de nuevo, el acuerdo se esfuma por lo mismo que la oportunidades anteriores.

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