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El alcohol es una droga dura

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Considerando su capacidad para provocar consumos problemáticos con fuertes impactos físicos, sociales y emocionales hay una vieja categorización para las drogas. Los científicos las clasifican en dos grupos: drogas duras y drogas blandas. Si bien el alcohol hace parte del grupo de las duras, socialmente el abordaje que le damos es de droga blanda. Su consumo cotidiano es visto con benevolencia, y no lo identificamos como potencialmente peligroso, por lo menos no con la misma severidad que lo hacemos con otras drogas. En nuestras discusiones no está presente las graves implicaciones de un consumo prolongado de alcohol, ni el hecho de que es la única droga cuyo síndrome de abstinencia puede producir la muerte. El delirum tremens es el nombre de una cerveza y no un síndrome que puede desembocar en una muerte horrorosa.

Trayendo esto a la conversación, se hace extraño que el alcohol sea regulado y promocionado en Colombia — al punto que en ruedas de prensa del fútbol profesional hay una botella de ron o de aguardiente — mientras que la marihuana (una droga blanda) es perseguida. Según el Informe Mundial de Situación sobre Alcohol y Salud publicado por la OMS en 2018, en el 2016, la ingesta problemática de alcohol causó unos 3 millones de muertes (5,3% de todas las muertes) en el mundo. No parece que la diferencia entre el abordaje institucional de la marihuana y el del alcohol obedezca a una ponderación de su toxicidad humana y social, a los perjuicios derivados del abuso de estas dos sustancias. Si así fuera, lo que veríamos en las ruedas de prensa sería cajetillas de cigarrillos de marihuana. 

Presentar los problemas asociados al consumo problemático de alcohol, mucho mayores que el de otras sustancias con más mala prensa, no es un llamado a extender la prohibición y persecución de la marihuana al guaro, el ron y el whiskey. Entender las sustancias y los usos que les damos es el camino para la formulación de mejores políticas públicas. De todas las perogrulladas que he dicho en la vida, que han sido muchas, la anterior frase es, sin duda, una de las más grandes. Pero ante la frustración y la impotencia que generan los políticos necios, no queda más que la insistencia en lo obvio.  

Investigaciones recientes han mostrado que las expectativas sobre el comportamiento de los grupos de referencia tienen impacto la ingesta personal de alcohol. Esto es, si yo asumo que mis amigos, mis compañeros y mis familiares toman mucho, se crea una norma social de alto consumo que individualmente debo cumplir. Cuando esas expectativas se reducen o se ajustan porque a menudo están sobrestimadas, el consumo también cae. Dicho de otra manera, muchas veces los jóvenes creen que sus compañeros beben mucho y eso hace que su consumo individual aumente. La mayoría de las veces esa percepción de alto consumo está sobrestimada y cuando se confronta con la realidad se encuentra que es mucho menor. Comunicar ese desfase entre la expectativa (lo que yo creo que toman mis amigos) y la realidad (lo que realmente toman) puede ser más efectivo para desincentivar el consumo que las tradicionales campañas de satanización.

Encontrar otras maneras de abordar el problema del uso de sustancias requiere un sinceramiento de los argumentos. Los tradicionales discursos de “la mata que mata”, o la “marihuana como puerta de entrada” a la vida en la calle enlodan la conversación pública. Las drogas deben ser analizadas de la manera más objetiva posible, sin tergiversaciones ni exageraciones hechas a la medida de los prejuicios. Hay que asumir, por ejemplo, que el alcohol es una droga dura y diseñar las políticas públicas para afrontar ese hecho.                         

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/

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