La diferencia en el valor que se les da a las versiones de un mismo acontecimiento está determinada por el poder de sus narradores. Si se trata de una narradora, el resultado usualmente es el mismo: la desestimación de su testimonio.

Las palabras de las mujeres son habitualmente escuchadas con condescendencia y sistemáticamente analizadas con la lupa de los prejuicios. ¿Estás segura de que fue eso lo que pasó? ¿Cómo sabes que no lo soñaste? ¿No habrás malinterpretado un gesto inocente? 

El filo de estas preguntas se ha pulido con años de opresión, de confinamiento y, también, de silencios (algunos cómplices y otros que se han usado como armaduras). The Last Duel, de Ridley Scott, habla de esto. Una mujer acusa a un hombre de haberla violado. El testimonio de ella es puesto en entredicho y, para probar que dice la verdad, su esposo reta a un duelo a quien lo ha agraviado al dañar a su mujer. La película está inspirada en hechos reales y, para que sigan interesadas en la trama, no voy a revelar aquí más que algunos de los pensamientos que me han acompañado después de verla.

Solo las espadas, los caballos y la catedral de Notre Dame a medio construir, diferencian esta historia de las muchas que empezaron a hacerse visibles desde el MeToo. La violencia de los diálogos y su eco en las risas de los espectadores, son el recordatorio de que, a pesar de que la catedral lleva en pie seis siglos y de que en Francia ya no hay reyes, las mujeres seguimos sometidas al mismo imperio.

Es cierto que ya no debemos valernos de las destrezas combativas de un caballero para probar nuestra verdad y que hemos encontrado en el trabajo colectivo un escudo para repeler los ataques del patriarcado. Pero, para muchas mujeres, el duelo de Marguerite de Carrouges no fue el último: cuando quieren hablar, todavía escuchan “es su palabra contra la mía”. 

Una mujer a la que admiro me dijo que la época que vivimos será vista por las mujeres del futuro como hoy nosotras vemos el tiempo de las sufragistas. Esa posibilidad me emocionó y me aterró al mismo tiempo. Me emocionó porque la desnaturalización de la violencia sexual es un requisito fundamental para lograr la libertad plena, y me aterró porque sentí la responsabilidad de quien se juega todo en una única partida. 

Los duelos de caballeros buscan satisfacer el honor y cobrar venganza. Contar la historia con nuestras palabras exige, sobre todo, inteligencia para encontrar la forma que queremos que tome la justicia.

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