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Al papel globo le decimos así porque con él se fabrican los artefactos voladores que se elevan por tradición en el cielo antioqueño. Hacer y elevar un globo son momentos que convocan a las personas y a su creatividad alrededor de un proyecto común y bello. Es la manera de expresar una estética particular y es una celebración del ingenio humano y del trabajo colectivo. 

Lo que más me gusta de los globos es que no podemos saber a dónde van a caer. Algunos, por desgracia, terminan incendiados en techos que luego arden con ellos. Otros se apagan sin escándalos y descienden tranquilos al perder el calor que los hacía flotar. Hay globos que son cazados y derribados para exhibirse como trofeos de arcoíris.

Cada vez hay menos mechas encendidas en el cielo. Las pocas veces que logro ver el naranja de la llama sobre el azul nocturno pienso en otros globos: los que no se encienden con cerillas sino con palabras y que se elevan para hacer volar los deseos del corazón. Los que dejamos a merced del viento para que los lleve a donde deben estar o para que los incendie y se conviertan en cenizas. En la llamarada que va a abrasar lo que ya no pertenece a nuestra vida. 

Esta es mi última columna del 2022 y con ella quiero agradecer la sincronía y los encuentros: el calor que se produce cuando nos juntamos y que pone a volar los sueños. 

¡Felices fiestas! 

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/valeria-mira/

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