Escuchar artículo

“No hay distopía ficticia de la literatura o del cine que dé ahora mismo más miedo que la primera página del periódico.” Antonio Muñoz Molina.

Cuando, tras el atentado terrorista de Hamás el 7 de octubre del año pasado, Joe Biden apoyó incondicionalmente la reacción de Israel, sentí terror. Era fácil presentir la pesadilla. Pero era impensable la dimensión de la sangría, la desproporcionalidad, la capacidad de un estado democrático de masacrar a una población entera ante los ojos del mundo. Por eso, cuando se materializó, comprobar que Biden se aferraba a ese apoyo me pareció un enorme símbolo de la desesperanza. Tras celebrar su triunfo ante Trump como un triunfo de la humanidad, fue dolorosa esa certeza de que en la sociedad que hemos construido pesan más las estrategias de poder que la vida.

Ha pasado el tiempo y Biden, que debe estar internamente horrorizado con lo que le ha tocado apoyar, ha dicho suavemente que Israel ha ido demasiado lejos, pero no ha hecho nada para detenerlo y su apoyo militar sigue intacto. Es, para resumir, la materialización de la mierda del mundo, de la hipocresía que nos tragamos de quienes dicen ser el compás moral de la civilización. Y, aun así, Biden es el sueño dorado ante la posibilidad de que vuelva Trump. Porque, sin duda, lo que nos espera si regresa también superará ampliamente los pronósticos más oscuros.

Al votar esperamos una mínima predictibilidad basada en valores comunes, en cierta racionalidad, una mínima confianza. Pero con Trump no solo no hay valores, sino que no existe racionalidad. “No sé si tenga que poner en palabras una obviedad semejante, pero ahí va: sin confianza, las sociedades fracasan. (…) Los movimientos populistas y antiliberales han confirmado con enorme provecho –esto no es nuevo, pero creer que es lo de siempre es un error– que nada es tan rentable como la confusión. Es decir, que no es necesario mentir todo el tiempo, sino que basta abrir una ventana de duda en la mente del ciudadano para imponer su versión del mundo”, escribió Juan Gabriel Vásquez.

Y hablaba Marta Peirano de “ese universo paralelo donde las vacunas matan, los regímenes autoritarios salvan, las mujeres mienten, los genocidios protegen, los migrantes violan y los débiles, viejos o pobres merecen morir». Los populistas de extrema derecha tan en auge hoy han abierto esa ventana de duda ante lo irracional. Basta con mirar a Milei, que recibe consejos de su perro muerto y así llegó a la presidencia de Argentina.

Trump, investigado por la justicia (desde soborno a una actriz porno hasta incitar el asalto al Capitolio), detesta a las mujeres y a los inmigrantes, en pandemia aconsejó tomar desinfectante, convirtió a Estados Unidos en el primer país en retirarse del Acuerdo de París sobre el cambio climático, rompió el pacto nuclear con Irán, trasladó la Embajada en Israel a Jerusalén, defendió manifestaciones neonazis y ahora ha dicho que si gana será dictador el primer día, abandonará la OTAN y retirará la ayuda a Ucrania. Tras la II Guerra Mundial el mundo se integró para evitar destruirse, y con Trump se consolidará la desintegración. En realidad, no podemos imaginarnos su segundo mandato.

En un planeta que se alterna entre llamas e inundaciones la humanidad debería rendirle homenaje a su racionalidad, esa de la que tanto se precia para decirse única, para ponerse por encima de las demás especies que nos observan y nos padecen. Debería apelar a su capacidad de construir confianza para perseguir un propósito común que no es menor: evitar su propia destrucción, que hoy da pasos agigantados no solo gracias al cambio climático, sino a la posibilidad de otra gran guerra, que seguro tendría un componente nuclear fatal.

Desconfíen de quien alardea de su papel de salvador. Ese pondrá siempre su ego por delante y será capaz de cualquier mentira, incluso de desear que todo vaya mal para sentirse necesario. Hablaba también Juan Gabriel Vásquez de la necesidad de “un cierto valor para llevar hasta sus últimas consecuencias la tarea nada fácil de pensar por uno mismo”. Es urgente dejar de reproducir la basura que generan los tiranos y sus borregos convirtiendo la irracionalidad en la norma y haciendo que la desconfianza no tenga reversa.

Hay cierta predictibilidad vital para un cierto sosiego en una existencia que es incierta para todos. El compás moral se ha desdibujado en extremo, pero hay ideas a las que se puede acudir y la literatura es un buen lugar en el que buscar. Escribió Hanya Yanagihara en Tan poca vida: “Siempre hay en el aula una voz que exclama: ‘¡Pero eso no es justo!’. Y por irritante que sea esa palabra, ‘justo’, es esencial que los alumnos nunca olviden ese concepto. ‘Justo’ nunca es una respuesta, le digo. Pero siempre es algo que hay que tener en cuenta.”

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/

5/5 - (7 votos)

Compartir

Te podría interesar