Disipar el humo

Para escuchar leyendo: Otra vez,Pala.

Hace tiempo ya que mirar al poder, en lugar de ser algo inspiracional o de respeto, se ha convertido en el martirio que vive aquel que se sabe testigo próximo del ridículo. No porque lo que hace no tenga consecuencias, sino porque lo que muestra es irrelevante. Es un teatro. Un intento de mantener al público ocupado mientras lo esencial se desordena. Cuando eso ocurre, lo más sensato no es seguir el espectáculo, sino dejar de prestarle atención. Mirar para otro lado. Ir a donde está el problema real.

Este ha sido, desde hace rato, uno de los principales desafíos del país: separar el ruido de lo urgente. No caer en la trampa de la indignación permanente. No discutir cada palabra, cada arrebato, cada intento de crear enemigos imaginarios. Porque mientras se responde a cada exageración, se pierde la oportunidad de hacer algo útil con el tiempo.

La distracción es una estrategia efectiva. Se disfrazan errores como persecuciones, fracasos como complots, torpezas como actos de valentía. El caos se ha usado como método para convertir cada día en una tormenta nueva, y así evitar que alguien se pregunte por qué no se estaba resolviendo nada. Pero eso ya no sirve. Ya no tiene gracia. A estas alturas, seguir prestándole atención es participar del juego. Y no queda tiempo para eso.

La patria no está frente a una crisis futura. Está dentro de una, y desde hace mucho tiempo. Las señales son claras: una economía estancada, una deuda que crece sin control, un mercado laboral que no genera oportunidades de calidad, regiones abandonadas, instituciones fragmentadas, servicios públicos deteriorados, una inseguridad imperante y el sentimiento de zozobra generalizado en la población. No se trata de si las cosas van a empeorar. Se trata de si se hará algo para evitar que el deterioro sea irreversible.

Lo que se necesita de aquí a 2026 no requiere discursos ni enemigos nuevos. Requiere orden. Requiere poner las cuentas en su lugar, frenar el deterioro fiscal, priorizar el gasto, recuperar confianza. Requiere decisiones mínimas: una reforma pensional funcional, reglas claras para la inversión, un mínimo de coherencia en la política energética. Y, sobre todo, estabilidad: que cada sector, cada municipio, cada actor económico tenga un marco dentro del cual moverse sin temor a que todo cambie por capricho. ¡Carajo, que necesitamos un norte!

Nada de eso se va a lograr si la conversación sigue girando en torno al que hace más escándalo. Por eso hay que dejar de mirarlo. Porque lo que importa no está ahí. Dejen de correrle al humo que nos venden, dejen de caer en el juego del odio, de la rabia. Se están dejando imponer la agenda y ya han pasado siete años y nada que se dan cuenta.

Importa, por ejemplo, que las regiones puedan gobernar con independencia, sin esperar autorización desde arriba. Importa que las universidades públicas sigan funcionando en 2025. Que los hospitales no colapsen. Que los programas sociales no sean usados como arma política. Importa que la justicia no se politice. Que el control institucional no se debilite. Que el país llegue al cambio de gobierno con algo de estructura en pie.

Nada de esto es inspirador. No es un relato de esperanza ni una epopeya ciudadana. Es apenas un cálculo racional: si no se actúa con cabeza fría, lo que viene será más costoso, más doloroso, más difícil de revertir. Y para actuar con cabeza fría, lo primero es dejar de consumir el humo que se produce desde la cima. El humo no resuelve nada. Solo distrae.

En ese sentido, el acto más político que se puede hacer hoy es el más sencillo: no mirar. Dejar de caer en la provocación constante. Dejar de creer que cada frase grandilocuente tiene contenido. Ignorar el gesto y mirar la estructura. No porque sea indiferencia, sino porque es una forma de defensa. Una manera de no regalarle más tiempo a quien ya ha desperdiciado demasiado.

Quien logre resistir la tentación del ruido, quien se concentre en sostener lo básico, en administrar lo posible, en preservar lo que queda funcional, estará haciendo más por el país que cualquier pronunciamiento inflamado y cualquiera del ramillete inacabable de precandidatos presidenciales.

No es un llamado al heroísmo. Es, en todo caso, una forma de no hundirse.

Ánimo.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-henao-castro/

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