“Caminante no hay camino, se hace camino al andar”
Joan Manuel Serrat
Hace un tiempo, un poco menos de dos décadas, cuando me atreví a cuestionar de manera juvenil y temeraria, lo cánones de la iglesia, de la que mi familia era parte como legado colonial supongo, jamás imaginé que me estaba abandonado a la incertidumbre de la vida.
Pensé entonces, que mi intelecto estrenado de quinceañera rebelde me estaba encaminado por la senda de la sensatez y peor, que eso de ser sensata, preguntona y escéptica frente a lo que se suponía debía creer, me haría más feliz, ¡ingenua jovenzuela!
Los primeros libros que leí voluntariamente, fueron inesperados para mi padre que los pagó, pero sobre todo para mi, que no se bien de donde saqué la idea de que Ecce Homo de Nietzsche y Diálogos de Platón, eran una buena compañía para una adolescente. Esos cruces de caminos, entre quien mató a Dios (Nietzsche) y quien se preguntó por la existencia (Sócrates) y yo, cambiaron el rumbo de mi vida sin duda.
Yo que para ese entonces tenía cerebro esponjoso, absorbí una cantidad de ideas que incluso hoy, no entiendo del todo. Lo que no sabía cuando leía de filosofía siendo tan joven, era que se me acababa de abrir el mundo y que ahora mi existencia estaría para siempre envuelta en la pregunta constante. Y aunque esto suene maravilloso, no les todo el tiempo.
Cuando la duda se incorpora en el sistema mental, emocional y cósmico de los seres, sabotea las certezas, la idea de destino, cuestiona ese canon de que todo pasa por algo mejor, mira con sospecha al cómodo porvenir, profundiza en la idea de la vida y la muerte sin mayores esperanzas de que venimos de algún maravilloso lugar al que volvemos, nos deja sin padre que nos proteja, sin vírgenes que nos ayuden, sin oraciones que nos salven.
Quienes no tenemos iglesia a donde ir los domingos o los viernes o el día santo que sea, buscamos otras tribus, otros caminos, que casi siempre son temporales, que cambian, porque difícilmente volveremos a las sectas a las que tanto tememos y de las que tanta dificultad nos dio salir.
Ese es un camino solitario, incierto y algunos dirán aburrido y trascendental. Buscar respuestas diariamente agota, derrota, acongoja, fatiga.
Yo quisiera decir que “me pego de Dios” o que “oren por mi”, pero es que eso ya no está en mi sistema, no lo tengo, se fue.
Cuando la vida acontece con sacudones, como a todos, el consuelo del cielo no está ya disponible para algunos que, como yo, no creen que eso exista.
¿Donde se buscan entonces respuestas, remedios, esperanza?
No es sencillo, algunos van o vamos a la ciencia y encontramos cosas como, por ejemplo: que el deporte nos ayuda a generar serotonina y endorfinas o que los baños de bosque descargan energía o que el sueño repara celularmente o que la meditación crea espacio en el neocórtex o que los hongos hacen nuevas sinapsis neuronales, en fin, buscamos respuestas y algunos nos atrevemos a experimentarlas con juicio y disciplina, poniéndole el pecho a la búsqueda.
Pero realmente, aunque leamos poesía, filosofía, ciencia, aunque hagamos la tarea, a veces no basta.
Me encantaría creer en Dios en el sentido religioso, tener ESO, esa fe, esa certeza de que esto si era para algo y que va a llegar un señor a salvarnos. Veo a las personas en una iglesia católica y a veces los envidio por no estarse preguntando lo que me cuestiono, debe experimentarse un descanso al creer firmemente que las respuestas ya fueron escritas en un libro de hace más de 2000 años, uno que se abre, lo lee un señor en una tarima, le da a uno un pan y algo de vino y como por arte de magia se sale tranquilo, con el mismo problema con el que se entró por la puerta, pero “fresco” de que dios va a ayudar, de que Él proveerá.
Los que no estamos dentro de esos templos tal vez seamos unos auto exigidos, con cargas más grandes de las que podemos llevar sobre los hombros, suponiendo que tenemos que resolver nuestras propias vidas porque el Espíritu Santo ya debe estar muy ocupado y nos encontró de últimos en la fila, llegamos tarde a la repartición de fe.
Nos tocó hacernos responsables, preguntarnos por nosotros mismos, entender que no hay respuestas por fuera de nosotros, nos tocó hacer autobservaciones constantes, someternos a la idea de que solo se puede vivir en la duda, que, aunque canse, no hay de otra.
Estoy llegando a comprender lo que no quería, pero que el camino es la pregunta, que no hay objetivo alguno, que la vida es un gerundio. Que aquí no hay sentido mas que vivir, que no hay meta, hay camino.