Desde Narnia, con amor

Desde que supe que estaba embarazada, mi vida hizo un paréntesis.

Llevo casi trece meses en una especie de aislamiento voluntario con permiso de visitas. Entré en silencios. Tomé decisiones rápidas para proteger esa nueva vida: cambié de trabajo y me fui a vivir a las afueras de la ciudad, porque algo en mí sabía que para que la vida fuera posible, tenía que alejarme del ruido social, laboral y político. Lo hice porque tuve la opción, el privilegio, lo que también me cuestionó y que seguro hará parte de mis reflexiones en este espacio.

Durante este tiempo he buceado en lo más profundo de mí. He reflexionado sobre nuestra fuerza como mujeres y sobre esa mamá en la que me convertí. He repasado mi pasado, he regresado a lugares que necesitaban sanarse.

No todo fue mirarme el ombligo. También tuve el espacio y el tiempo para observar, desde lejos, el mundo al que llegaba mi hija, lo que me llevó a pensar con más fuerza que antes en política, en economía global, en el futuro del trabajo, en las crisis ecológicas y sociales, en la gran caída de la democracia y en los lideres locales y globales.

Tuve la fortuna de una pausa – ese lujo que tantos anhelan – para integrar, digerir y desintoxicarme. Para con “cabeza fría” -que supongo significa «fresca»-, pensar sobre temas imposibles de tramitar en medio de ese burnout epidémico que padecemos tantos. Porque, ¿quién piensa de verdad cuando tiene el motor fundido? (Y, sin embargo, estamos rodeados y liderados por gente agotada).

No tengo una conclusión brillante después de este tiempo de observación, pero sí regreso con otra mirada. Veo que somos la sociedad del cansancio. La que lo tuvo todo para cultivar el espíritu y eligió conectarse a un Tamagotchi. La que quiso convertirse en avatar y ponerse un filtro para embellecer incluso lo que está vacío. La que hizo de todo un “contenido”. La de los suplementos, el turismo espiritual y el ejercicio funcional. Porque eso buscamos: funcionar, a como dé lugar y dopados de ser necesario, en una carrera en la que sin trampa no se sobrevive.

En esta sociedad del cansancio -nombrada por tantos- perdemos todos. Nos perdemos de nosotros mismos, desdibujamos la noción de lo bueno y lo malo, de lo justo y lo injusto, de lo urgente y lo importante. Parecemos almas en venta, voluntariamente entregadas al mercado del inmediatismo irreflexivo. Un mercado que nos engaña, nos explota y nos usa como marionetas en el juego del más expuesto, el más enterado, el que más habla. Y, al final, de tanto hablar, nadie dice nada y todo se olvida.

Digo que no voy a escribir sobre maternidad, pero irremediablente sí lo haré. Porque ahora que soy madre cambió cómo observo el mundo y cómo entiendo la vida, porque todo cambia al pasar de ser receptora de vida a dadora de ella. Porque desde aquí, las preguntas se vuelven vitales ¿cómo hacemos que sea posible la vida en este plante? Con realismo y sin mentirnos porque nuestros hijos no tienen tiempo para lo nostalgico, los utópico, ni lo fatalista.

Y sí, creo que hay que escuchar más a las madres y padres y a los hijos reflexivos, a esa tal gente del común que sí le importa el futuro; y menos a los hombres/niños que usan este mundo como su juguete extraordinario de paso y que creen que cuando lo dañen, pueden comprar otro.

Escribo esta primera columna para recordarme que vuelvo a No Apto en un ejercicio deliberado de poner en palabras —más o menos organizadas— las emociones, pensamientos y obsesiones que me rondan. Vuelvo con una nueva mirada: menos tibia, pero más amorosa; menos indulgente, pero más compasiva; más aguda y menos temerosa. Con una postura política sobre la vida; con la convicción de que lo ético es estético, pero que no todo lo estético es ético y que hay que abrir bien los ojos, porque hoy todo lo que daña, viene bien empacado y con moño. Vuelvo, sin embargo, con una especie de esperanza deliberada, que ya no es poesía, sino obligación. Con la convicción de que hay que ayudar a construir y que para eso hay que denunciar lo que solo destruye.

Regreso a No Apto con la certeza de que lo que escribo —aunque no tenga mayores pretensiones— forma parte de mi legado para mi hija. Donde ella podrá descubrirme en palabras, y que ojalá eso le permita comprender cómo era el mundo ante mis ojos, cuando ella aún no tenía lenguaje para nombrarlo. Pero sobre todo para que ella como todas las niñas, que serán las próximas mujeres, sepan que es posible usar su voz política, sin miedo ni vergüenza.

Decido volver con la responsabilidad que implica escribir públicamente porque sé que esto no es un diario íntimo —aunque me contenga por completo en cada línea— sino un ejercicio político que se pregunta constantemente por la vida. Porque cuando la voz es pública, no se trata solo de contar lo que a una la atraviesa sino también de no callar lo que no es justo en otros cuerpos y otras almas.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/juana-botero/

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