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Los votantes sobreestimamos la seguridad de nuestros candidatos. Esperamos personas que al pedirnos que voten por ellas ofrezcan certezas absolutas, conocimiento completo y propuestas a prueba de todo. No votamos por eventuales funcionarios públicos, sino por hacedores de milagros. O al menos, por vendedores de milagros.

Y digo que las certezas absolutas en política parecen milagrosas porque los problemas públicos suelen ser muy complejos. No solo en las causas que los producen, sino en la posibilidad de consensos sobre cómo pueden resolverse. Ya en los años 70 Horst Rittel y Melvin Webber hablaban de “problemas perversos” (o “problemas retorcidos”), como cuestiones que exigen resolución, pero en la que no hay consenso sobre sus causas y sus posibles soluciones. La gran mayoría de los problemas que enfrenta una ciudad, una región o un país son problemas perversos.

Exceptuando a los fanáticos, es probable que muchos candidatos también entiendan esto, pero en tanto los votantes buscamos certezas, pues eso ofrecen. Y algunos usan tres mecanismos para diseñarlas: la rigidez ideológica, el simplismo efectista o las fórmulas mágicas.

Los planes de gobierno, pero, sobre todo, las apariciones y conversaciones públicas (en debates, videos de redes sociales y así) suelen ser expresiones de una absoluta seguridad propia. Seguramente es la primera recomendación de los asesores de campañas: “no muestre dudas”. Y aunque inicialmente pueda parecer comprensible que en algo tan sensible como la dirección de los asuntos públicos esperemos personas llenas de respuestas y soluciones, al tiempo es la demostración del vicio de no dar margen a la equivocación, al ajuste, incluso, al concejo o a la inteligencia colectiva. Elegimos superhéroes, genios que ya han resuelto todo. Fantasías. Y de ahí que las decepciones sean tan comunes, tan rápidas y tan dolorosas en los primeros meses de casi todos los gobiernos. Las fantasías tienen la frustrante costumbre de decepcionar a sus creyentes.

Pero también de perjudicarlos. Nuestros políticos llenos de certezas también son más tercos para implementar sus propuestas a como dé lugar y tendrán profundo horror al reconocimiento del error que implicaría echar para atrás una decisión. Esta trampa dicotómica entre rigidez o engaño ha sido fuente de muchos inconvenientes políticos y de política pública. En ocasiones pueden ser el principal obstáculo para encontrar soluciones más razonables o efectivas que la que se propuso inicialmente.

Ya decía Isaiah Berlin en “La persecución del ideal” que “meter a la gente a la fuerza en los uniformes impecables que exigen planes en los que se cree dogmáticamente es casi siempre un camino que lleva a la inhumanidad”. A Berlin le preocupaba la subestimación de lo mucho que desconocemos sobre el comportamiento de los individuos y las sociedades. Insistía que para poder encontrar soluciones efectivas a nuestros desafíos colectivos resulta “muy necesario una cierta humildad”.

De ahí que valga la pena abrir bien los oídos por estos días de campaña a eventuales expresiones de duda en nuestros candidatos. No solo es decir que están bien de compañía o hablar de sus buenos equipos o sus propuestas rigurosas, eso es valioso, pero insuficiente. Sería una novedad y una dicha escuchar la valentía del candidato que sea capaz de reconocer que sobre algunos problemas no tiene soluciones completas, que va a probar cosas, a evaluarlas y revisar. Que él también, como todos, tiene más dudas que certezas.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-silva/

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