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¿Quién quiere que yo quiera lo que creo que quiero?
¿Quién quiere que yo quiera lo que creo que quiero?
¿Quién quiere que yo quiera lo que creo que quiero?
Dime qué debo cantar
Oh, algoritmo
Sé que lo sabes mejor
Incluso que yo mismo
(¡Oh, algortimo! / Jorge Drexler)
El cantautor uruguayo Jorge Drexler tenía treinta años cuando tomó la decisión de dejar la medicina para dedicarse por completo a la música, de la cual, hasta ese momento, se ocupaba de manera ocasional y en los tiempos libres. Fue Joaquín Sabina quien lo convenció de dar el salto en 1995. Diez años después Drexler recibió el premio Óscar a la mejor canción original (Al otro lado del río). Llegué a su música gracias a mi curiosidad por las bandas sonoras y desde entonces le sigo. Sus letras son cuidadas y sus melodías son eruditas. Es un músico al que me gusta leer.
Hace unos meses Drexler lanzó su último álbum llamado “Tinta y tiempo”. Un trabajo pospandémico en el que, como le oí decir en una entrevista, se dio a si mismo hasta la oportunidad de incomodarse explorando formas de rimas a las que no estaba acostumbrado como en “Tocarte” compuesta e interpretada con C. Tangana (“¿Valiente o gallina? / ¿La bolsa o la vida? /Picar medicina / Chupar golosina”). Entre otras cosas,también incluyó una canción llamada “El Plan Maestro” en la que la melodía y la letra reconocen el papel que ha jugado el amor en la evolución de la especies (“Corría la era del Mesoproterozoico / cuando aquella célula visionaria /en un acto inaudito tirando a heroico / tuvo una idea revolucionaria”) y en la que cuando uno piensa que se va acabar, irrumpe Rubén Blades (“crear la palabra “hijo” / barajando la fortuna”).
En fin. Esta columna no trata en sí del disfrute del álbum sino de una canción en específico. A mitad de álbum “¡Oh, algoritmo!” en principio escrita como respuesta al síndrome de la hoja en blanco. ¿Qué escribo? ¿gustará lo que escribo? ¿para quién escribo? (“Dime qué debo cantar /Oh, algoritmo / Sé que lo sabes mejor / Incluso que yo mismo”). Sí. El algoritmo. El protagonista inefable de nuestra era. La canción, no solo su letra, está cargada de ironía. Bien puede ser una crítica a la industria musical (“Por ejemplo, esta canción / ¿Qué algoritmo la parió? / Me pregunto si fui yo / ¿La elegiste o te eligió?”).
El ¿quién? ¿La elegiste o te eligió? Estaba pensando en esto cuando escuché al congresista Miguel Polo Polo decir que “de desigualdad nadie se ha muerto”. La frase desató una interesante controversia entre quienes como Polo Polo creen que el problema es la pobreza y no la desigualdad y quienes aseguran que en efecto la desigualdad puede ser incluso más letal que la misma pobreza. Unos y otros enfrascados en intercambios de trinos intentando demostrar que el otro está equivocado. Mientras tanto el algoritmo estaba trabajando. No se cansa. Es eterno. Polo Polo no intentaba convencer al país o a sus colegas congresistas. Polo Polo le hablaba a su nicho. Polo Polo lo que quería era llamar la atención (“¿La elegiste o te eligió?”).
Unos le llaman “Googlecracia”, pero yo prefiero llamarle por su nombre: demagogia digital. Ya los griegos, en particular Aristóteles, habían advertido hace más de dos mil años el peligro que representan la demagogia y la retórica, su compañera inseparable. Decir lo que los otros quieren escuchar y así ganar su favor. Convertir lo engañoso en atractivo para que los demás compren la idea. Es Juanes cantando con Morat. Es Daniel Quintero, pero también es el hablantinoso de Gilberto Tobón. Es Rodolfo Hernández pasando a segunda vuelta. Es mucho más que la política como entretenimiento. Es la ampliación de audiencias. Es el bucle infinito del remarketing. Es el combustible del algoritmo.
No. No se trata de likes sino de llamar la atención. Es el número de vistas pero también las interacciones. Es Kika Nieto montando un video en su canal de Youtube en el que sus amigas hablan mal de ella. Soy yo enterándome del último video de Kika Nieto mientras escribo una columna de opinión. El algoritmo ama el hate. El algoritmo sabe cómo sacarte la piedra y monetizarlo. Quintero lo sabe. Quintero ama el hate porque le permite mantenerse vigente, ampliar sus audiencias, pero sobre todo le permite alimentar al algoritmo. No les importa decir estupideces. Es más, pareciera que entre más estupideces más viralización y mayor posibilidad de llegar a otras audiencias. Su nicho no los va a juzgar y tampoco creo que podamos convencerlos de lo contrario. Es una pelea perdida.
Nunca antes hubo un mejor tiempo para la demagogia. Pero ya no es la demagogia de los grandes discursos. Los demagogos de nuestro tiempo ya no tienen que esforzarse prometiendo lo que no van a cumplir. Ahora solo basta con una frase o una foto para incendiar las redes (le dicen) y para que la imagen se viralice. El algoritmo ubica al nicho del demagogo y le entrega el mensaje. Es el algoritmo el que dice lo que realmente quieres escuchar y sabe más sobre uno que lo que uno cree saber sobre uno mismo y lo que uno cree que se sabe de uno (¿La elegiste o te eligió?”).
(“Todos aplauden, tú también / Pero no queda claro quién / Tiene del mango a la sartén”)
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/miguel-silva/