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En algún momento deberá escuchar una canción de Rock para sentirse con vida.
No solo porque el “beat” le va a mover la sangre, sino porque le ayudará a entender las razones por las que su estridencia e irreverencia son necesarias para la humanidad. Desde el melódico Rock-n-Roll y todas sus divergencias, han sido la expresión de un inconformismo permanente, no solo por la sociedad en la que cada generación ha crecido desde mediados del siglo XX, también, por las creativas formas de comunicar.
El Rock ha sido tal vez la forma más disruptiva de expresión humana. Sin temor a equivocarme, podría afirmar que ha movilizado rebeliones de conciencia y de estética sin precedentes en la historia. El rock como movimiento confronta los valores vigentes, reclama atención en los mínimos vitales, es la voz de quienes no encajan.
Por un lado, sus letras desafían al establecimiento. La carga de análisis político que encierran sus propuestas son también una manifestación de gente que no está dispuesta a ceder tan fácilmente a los antojos del poder y a las tendencias de consumo.
Hacen del ruido un sonido, y con ello, la adrenalina que desprende de sus distorsiones. Y es precisamente en la distorsión en donde reposa su magia. Desarreglar la calma para mover ideas. Fue el Rock el hilo de esperanza en los abusos del poder, por ejemplo, en las dictaduras de América, encriptando en sus letras el inconformismo por los excesos para poder sobrevivir.
Otra de las genialidades que enmarca la música Rock es sin duda su apuesta audiovisual. Cuando se popularizó el canal MTV en los 90, nos trajo una oferta de otras narrativas encapsuladas que antes difícilmente, para la población latinoamericana, se podían acceder. Conocimos cómo con la música también cambiaba la estética en el desafío de los ángulos, los cromas, y los contenidos. Mientras la música tropical y urbana se ha encasillado en la misma foto del cantante con sus bailarinas sensualonas seduciéndolo, en el desborde de lujos, carros, yates y oro; por fortuna, el Rock nos devuelve a la diversidad que ayuda a escapar de la costumbre, desajusta las perspectivas, propone nuevos discursos y por supuesto, logra su objetivo, incomodar.
El Rock se ha entendido como una contracultura que mueve el tiempo. En la rebeldía de sus propuestas se tejen también las formas contestatarias no violentas que pide respuestas a lo injusto, desigual y excluyente. Responde, en sus formas sonoras, con la agresión necesaria para estremecer al poder y despertar a cualquiera que haya caído en el adormecimiento de la costumbre, la rutina, la santurronería y la mojigatería.
Así el Rock hace de lo marginal el centro, de lo excluido lo fundamental. El Rock le habla a la muerte de frente sin miedo y con eso, mueve de en un mismo sentido la vida.
Si no ha tenido el tiempo de sentarse a escuchar, si se dejó convencer del origen maligno de su armonía, entonces déjese tentar y dese la licencia por una vez en la vida de gritar para desahogarse mientras canta y salta sin coreografía, dejando que el cuerpo sea rebelde. En eso, encontrará la banda sonora perfecta que le acompañe a enfrentarse al hastío de sus rutinas.