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Shakira es mi artista favorita. Su música, sus letras, su forma de vivir y sus logros, han influido en mi vida de una manera en la que solo quienes encontramos en alguien tan lejano a nosotros un referente comprendemos. No puedo decir que es mi modelo a seguir, porque no es mi sueño hacer música ni ser cantante. Pero al recordar las diferentes épocas de mi vida puedo ponerles banda sonora con canciones de ella y las sensaciones del momento me transportan al pasado, ese pasado que es mi historia, única, personal, narrable solo por mí y que está atravesado por miles de emociones: por amores, rupturas, ilusiones, pérdidas, renuncias y elecciones.
Yo, como cualquier ser humano, siento rabia, angustia, dolor, tristeza, preocupación, decepción. Y también alegría, esperanza, serenidad, confusión, satisfacción, deseo. Todo lo que somos no cabe en una sola manera de ser, ya lo escribió el poeta Walt Whitman: “contengo multitudes”. Nos contradecimos porque habitamos un cuerpo que se aflige y se cura, poseemos una mente que produce pensamientos e ideas a cada instante porque tenemos un lenguaje con el que configuramos, según nuestro propio entendimiento, el mundo y a los demás. Más aún los artistas, los escritores, los compositores de canciones, los escultores, los actores de teatro; son ellos, quienes con su arte invitan a reconocer y a validar las múltiples manifestaciones del ser humano. Ellos nos recuerdan esa complejidad vasta e inabarcable que, además, no debería ser objeto de juicios ni reproches.
¿Por qué les parece tan raro que una artista saque una canción hablando de su ex pareja y contando su dolor? ¿Por qué condenan a una mujer que se expresa de manera genial y auténtica y no al hombre que la engañó? Porque la sociedad machista nos ha obligado siempre a las mujeres a quedarnos en las sombras del dolor y también del placer, pues una mujer que habla mucho, dice mucho, muestra mucho o desea mucho es indigna, es exagerda. Y porque las emociones y los sentimientos, nos han dicho, es mejor no mostrarlos. Por eso no se llora, de eso no se habla, mejor hazte la boba. Una manía absurda y tóxica de negar siempre lo que somos.
Muchas personas se escandalizaron con la canción de Shakira porque supuestamente ataca a Gerard Piqué, pero desconocen por completo las otras letras que le compuso a lo largo de los 12 años que estuvieron juntos, declarándole su amor; y también las miles de canciones de su autoría en las que habla de otros desamores, de sus cuestionamientos a Dios e, incluso, de su protesta por el abandono mundial al país asiático Timor Oriental, que la mayoría de personas ni saben que existe.
A Shakira no vengo a defenderla pues su obra es mucho más grande que los comentarios vacíos y superficiales que se ven en la prensa y en las redes sociales. A sus detractores quienes, en realidad no son los de ella, sino los de ellos mismos, se les olvida que el arte no siempre es belleza ni encanto, ni clase ni perfección, sino todo lo contrario. Es la expresión de lo humano, lo imperfecto, lo feo, lo cuestionable. Todo aquello que logra ponerse afuera para que otros lo observen es porque ya ha pasado por un filtro mucho más amplio y potente que el de la mirada ajena. Una canción, un libro, una puesta en escena, una vez tienen espectadores y oyentes, ya no le pertenecen a su creador, sirven para que otros puedan identificarse en ellos. O no.
Transformar las heridas en palabras y ponerles música para llegarles a otros requiere talento e inteligencia. Y también amor propio. Ese amor propio genuino —no el light que nos dice que debemos amar nuestras imperfecciones físicas—, el que es egoísmo del más puro, cruel y descarnado, porque el dolor, sea cual sea, aunque otros puedan compadecernos, solo lo siente cada uno. Para escribir es necesario sentir emociones, y para sentir se necesita tener experiencias, y para tener experiencias se necesita la capacidad de abrazar la vida con todo lo que trae y observar cada sentimiento como una transformación, como crecimiento.
Del amor al odio hay muchas canciones, lo sabe Shakira, y lo sabemos todos.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/amalia-uribe/