Dejar morir la cordura

Escuchar artículo

«Los reaccionarios no responden a las crisis con medidas para resolverlas, sino con su negación.» Daniel Innerarity.

Hace unos días mi esposo llegó de correr y me dijo: ¡Te vas a morir con lo que me pasó! Una de las cosas maravillosas de correr entre naturaleza es que va estallando la vida y uno, con los sentidos alterados, intuye su profundidad. Él iba corriendo y vio a una pareja de caravanas caminando por la vía con su pichón diminuto detrás. Se conmovió tanto que, debiendo regresar por un camino distinto, se devolvió por el mismo para volverlos a ver. El regreso coincidió exactamente con el momento en que el bebé cayó dentro de una alcantarilla y con la posibilidad de correr a levantar la tapa, sacarlo y ponerlo junto a sus padres, que observaron la escena atónitos y casi desearon palabras para agradecerle. ¡Si no me hubiera devuelto por ahí…!, me dijo.

Suceden cosas estremecedoras que uno no quisiera ver y que, aunque al final se resuelvan, ponen a trabajar a esa bestia de la imaginación. Lo que hubiera pasado, lo que sintieron el pichón y los papás, cuántos bebés caerán en alcantarillas sin que nadie los vea… Y así. Pero la vida es alucinante y a veces hace coincidir la decisión de tomar un camino específico en el instante justo para salvar la belleza. Por eso hay que observar siempre, estar atentos a estallidos que con frecuencia no suenan.

Uno se detiene en la herida de atestiguar horrores como el de Gaza, Ucrania, Sudán o el Congo, horrores como la Amazonia y otras selvas devastadas en este siglo que se dice tan avanzado. ¿No se suponía que la humanidad debía mejorar? También, he leído decenas de columnas sobre la preocupación —y la tristeza— de periodistas y escritores por el avance de la ultraderecha en Europa (ni hablemos de la pesadilla de Trump…). Se preguntan cómo es posible que millones de padres y abuelos que llegaron a sus países actuales como inmigrantes, huyendo de guerras y de diversas pesadillas, pero siempre buscando una vida mejor, hayan fallado en transmitirles esas experiencias efectivamente a nuevas generaciones que hoy votan ciegamente a quienes detestan y demonizan al inmigrante. Hablan del dolor de que hijos y nietos de quienes reconstruyeron sus vidas gracias a las democracias europeas surgidas de la derrota del fascismo caigan hoy en el efectivo uso de las redes sociales que hace la ultraderecha difundiendo noticias falsas y promesas radicales —y absurdas— para solucionar aquello que los atormenta, sin sentir siquiera el airecito que deja a su paso el fantasma de los totalitarismos que fueron la pesadilla de sus antepasados no hace tanto tiempo. Sin intuir la sombra de las libertades perdidas. Me viene a la mente esa idea de Fernando Pessoa sobre las maravillas del fascismo para resolver problemas a través del orden que predica: decía él que el fascismo mataría a tu padre, pero el tren te llevaría puntualmente a su entierro.

Leí muchas ideas poderosas en esas columnas. Escribió Andrea Rizzi que “detrás del nacionalismo subyace siempre una idea latente con el potencial de cuajar en horrores: que el interés nacional superior acabe justificando cruzar ciertas líneas frente a los demás. Justificando discriminaciones, excepciones. Nosotros y nuestros intereses, primero; los demás, y los valores, después. La altura reside en el universalismo de democracia, derechos humanos, orden mundial basado en reglas. La bajeza merodea en la relativización. De ahí brotan las plantas más tóxicas”. Y Sergio del Molino que «Europa se abraza al monstruo contra el que se levantó el europeísmo. (…) populismos a la izquierda y a la derecha. Ambos han convencido a millones de europeos de que la democracia liberal que derrotó a los totalitarismos no solo es incapaz de solucionar nada, sino que es la fuente misma de sus problemas. Pero son los de ultraderecha los que se han impuesto, cada vez más agresivos, más racistas, más demenciados. (…) Son jóvenes y están por todas partes, probando el fracaso de una democracia que ya no sabe qué hacer con ellos ni cómo hablarles». Y Oriol Bartomeus que «el objetivo de la mayoría de los votantes de la extrema derecha no es acabar con la democracia, simplemente pretende dar una patada en la entrepierna a ‘los políticos’. Que eso tenga consecuencias, y que estas consecuencias puedan llegar a ser irreparables, es algo que ni se plantean”. Y Jorge Dioni que “el peligro está en la normalización de ciertas prácticas y ciertos mensajes. Ojo, no hay vuelta atrás. Como ha explicado la literatura decenas de veces, es fácil dar vida a la criatura. Lo complicado es que luego te obedezca”.

Es preocupante y triste, por decir lo menos, lo que atestiguamos en este camino. Pero aquí estamos, frente al pichón que tanto esfuerzo costó sacar adelante, que incluso ha probado tener la fuerza para enfrentar el caos de la vida, a punto de irse por el desagüe. Somos millones mirándolo. Quiero creer en la imposibilidad de olvidar el pasado, de que dejemos morir ya no solo la belleza, sino también la cordura.

Dice un personaje de Vida y destino, de Vasili Grossman: “Yo no creo en el bien, creo en la bondad”. La bondad es la que nos hace detenernos en el camino cuando otros ya no pueden verlo.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/

5/5 - (5 votos)

Compartir

Te podría interesar