Escuchar artículo
|
Para escuchar leyendo: Mi niña golondrina, Illapu.
Se subió dos paradas después de la mía, cuando yo ya me impacientaba por el ritmo lento de una micro que parecía que no iba a llegar a la estación a tiempo. Tenía que dar todavía el giro a la derecha para tomar la avenida Salvador y ella apenas estaba terminando de organizar su micrófono y su bafle. Pensé que iba a cantar, como casi todos los artistas que se ganan la vida en esas busetas.
Me equivocaba, empezó a declamar con una voz dulce y pausada un verso entrañable. Cerró sus ojos y pronunció lentamente cada frase de Miedo, el poema en el que Gabriela Mistral trata de proteger a su niña de algún futuro lejano a ella.
Hasta ese momento yo nunca había leído o escuchado un verso de Mistral, y eso que ya llevaba cuatro meses en su Chile natal. Me he recriminado siempre el obviar a una de las artistas imprescindibles de Hispanoamérica.
Querido lector, querida lectora, estoy bastante seguro de que vos sabrás de cuál obra hablo si te digo Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento. Estoy seguro de que sabés quién escribió los versos más tristes esta noche o a quién le gustas cuando callas porque estás como ausente. Es más, sé que en alguna parte de tu memoria resuenan lo que hicieron el escribidor y la tía Julia, y las aventuras de Pantaleón con la visitadora colombiana.
Seamos sinceros, todo eso lo tenemos claro y hasta los relatamos de memoria como si declamarlos fuera un arte que dominamos; pero de Gabriela Mistral muy poco hablamos, pero de su obra muy poco difundimos, pero de su figura muy poco reivindicamos. Carajo, que fue la primera persona latinoamericana en ganar un Nobel y en Latinoamérica parece que es la que menos leemos.
Históricamente su figura fue intencionalmente reducida una y otra vez por las oscuras personalidades enemigas de las almas libres, y si bien en Chile se han dado luchas para reivindicar su nombre y su obra, Mistral no es -y no ha sido nunca- solo una autora chilena, es gloria de un continente que ve reflejada la ternura y la desdicha de su historia en los versos de una maestra de pueblo.
Miedo, miedo siento yo de una historia que es capaz de olvidar un espíritu creador como el de Mistral por ser distinta, por ser única, por ser ella. Miedo siento yo de no verla encumbrada en la gloria que merece, miedo siento yo de que su obra se pierda en el tiempo.
Porque Mistral merece ser recordada, porque la Mistral maestra, la mujer, la chilena, la lesbiana, la mamá/tía de Yin Yin, la voz de las muy nobles lenguas española y portuguesa.
Gabriela Mistral le dio voz a un continente amordazado, no podemos retribuirle amordazando su memoria.
¡Ánimo!