De espaldas a la Candelaria

Para escuchar leyendo: Medellín, Víctor Heredia.

Los que pasaban por ahí no entendían bien qué era lo que estaba pasando. No podían acercarse lo suficiente para conocer más, porque sendas barreras se habían instalado para evitar que se sentara alguien que no tuviera la invitación especial.

Quienes estaban dentro vestían muy elegantes, tenían todos a la mano su carta dorada y se saludaban efusivamente con sus pares. En medio de ese centro ajetreado incluso los domingos, ellos estaban en su espacio acondicionado y exclusivo; los demás, que miraran desde la acera.

Era, para mi dolor y el de muchos paisanos, la forma en la que la Alcaldía de la gente había decidido celebrar los 350 años de Medellín. Tan evidente estaba su desconexión con la ciudad para este tema, que el evento estaba organizado dándole la espalda al parque de Berrío, a la Catedral de la Candelaria y al edificio donde se anunció la recepción de la real cédula que nos hizo villa, aquel 2 de noviembre de 1675 que nos marcó la partida.

Pero el desentendimiento no bastó con los 350 años de la ciudad. En este 2025 las autoridades tenían una oportunidad única en la historia: un año que parecía tejido por la memoria, un universo de aniversarios que nos invitaban a reunirnos, a celebrarnos, a preguntarnos quiénes hemos sido y hacia dónde queremos ir. Era un punto de encuentro de memorias que se entrelazaban como raíces bajo el suelo de la ciudad. Quince años de los Juegos Suramericanos Medellín 2010. Veinte de la muerte de Débora Arango. Treinta de la muerte de Rodrigo Arenas. Cuarenta de Teleantioquia, del aeropuerto José María Córdova y del Festival de Tango Ciudad de Medellín. Cincuenta de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional y del barrio Tricentenario. Sesenta del Teatro Pablo Tobón Uribe. Sesenta y cinco de EAFIT. Setenta de EPM. Setenta y cinco de la Universidad de Medellín. Ochenta y cinco de la muerte de Tomás Carrasquilla. Noventa de la muerte de Carlos Gardel, de la Emisora Cultural de la Universidad de Antioquia, y también noventa de la muerte y ciento sesenta del nacimiento de Francisco Antonio Cano. Noventa y cinco del Palacio Rafael Uribe Uribe. Y trescientos cincuenta años del Concejo de la ciudad, y de esta villa que siempre se ha soñado metrópoli.

¿En qué otra época una ciudad podía tener tantos motivos para pensarse, celebrarse y reconciliarse con su historia? Era un año para abrir las puertas, para que las calles volvieran a ser de todos, para que los teatros se llenaran de voces y los barrios de relatos. Era una oportunidad para reencender el orgullo de lo que somos, no desde el mármol ni desde la tarima exclusiva, sino desde la palabra, la memoria, la emoción, los símbolos; de la oportunidad de reconocernos parte de un propósito común.

Sí, vendrá un mes con programación cultural, conciertos, conversatorios y exposiciones. Y eso se agradece. Pero no basta. No basta porque celebrar no es llenar la agenda: es llenarse el alma.

Medellín merecía un relato colectivo, no un evento privado. Merecía reconocerse en sus barrios y en sus artistas, en su ciencia y en su historia, en sus dolores y sus esperanzas. Merecía un proyecto de ciudad que hiciera del aniversario un punto de inflexión, no una nota de protocolo. Hace 50 años los de entonces celebraron con publicaciones, con el grandioso desfile de la raza tricentenaria y hasta con un barrio ejemplo de modernidad y urbanismo para el país ¿De qué fuimos capaces nosotros?

Porque los 350 años no eran solo una fecha: eran la oportunidad para sanar el alma de la ciudad.

¡Ánimo!

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-henao-castro/

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