Darío Gómez y la estratificación de los muertos

Darío Gómez y la estratificación de los muertos

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“No lloren por el que muere
que para siempre se va
velen por los que se quejen
si los pueden ayudar”

Extracto de la canción Nadie es eterno en el mundo,

cantada y compuesta por Darío Gómez

Lamento la muerte de Darío Gómez, como la de cualquier otro ser humano que quiera vivir y más si es en condiciones dignas. Comprendo la dimensión del personaje y el impacto que ha causado su muerte entre sus familiares, seguidores y fanáticos, con quienes me solidarizo.

No obstante, me parece incomprensible y desmesurado el despliegue mediático que le han dado: un despropósito, propio de sociedades que estratifican todo, incluso los muertos o empezando por ellos.

Estudie comunicación social-periodismo y puedo entender que la muerte de un personaje tenga mayor cobertura mediática que la de una persona del común, pero nunca en esas desproporciones, que pueden resultar ofensivas para los deudos de otros muertos, especialmente para lo que son asesinados.

En lo que va del año, y de acuerdo con del Centro de análisis de datos Delfos de la Universidad Externado de Colombia, en el primer semestre de este año hubo 6.611 homicidios en el país, incluyendo gran parte de los 107 líderes sociales y los 35 policías que a la fecha han sido asesinados. Aclaro que hay diferencias de forma y fondo entre homicidio y asesinato, pero para los propósitos de esta columna me permito tratarlos como sinónimos.   

La muerte de Darío Gómez ha tenido y tendrá tanto o más eco mediático que todos esos miles de homicidios juntos y eso que el “Rey del despecho” falleció de “muerte natural”. ¿Se imagina si hubiera sido un fratricidio como el del estilista Mauricio Leal, que tanta prensa sigue ocupando?

Dirán los directores y editores de medios que el registro de la muerte del cantante está a la altura de su popularidad y podrían tener razón, pero a medias, que es lo mismo que no tenerla, porque esa desproporcionada asimetría en el cubrimiento de las muertes de las simples personas y de los inmortales personajes ha sido en parte creada y recreada por los mismos medios.

Pero no solo estratificamos a los muertos por fama, sino también por poder, económico o político. Hay muchos “colombianos de bien”, incluyendo al “más ejemplar” de nuestra historia, para quienes los “bandidos” son “buenos muertos”, aunque algunos no hayan sido judicializados o siquiera sindicados: su cuna, lugar de residencia o amistades los condenan. Qué importan los asuntos judiciales si igual reparten bandidismo a diestra y siniestra, como también suele hacerlo un excandidato presidencial, que advertía a los “bandidos” que debían vivir con miedo, ignorando que tal vez por vivir con miedo era que muchos habían optado por esa vía.

Esos mismos “ciudadanos de bien” veían con indiferencia como en los medios de comunicación titularon la muerte por enfermedad de Víctor Carranza, “El zar de las esmeraldas”, sindicado de centenares de delitos y crímenes atroces, como la del “empresario esmeraldero”, que también fue, aunque superado de lejos por el malhechor que era.  

Lo propio harán, cuando fallezcan, con los titulares de la muerte de los Moreno (Samuel e Iván) y los Nule (Manuel, Miguel y Guido), que desfalcaron a Bogotá, pero cuyo obituario empezará por sus cargos políticos y su linaje presidencial en el caso de los primeros, y por sus “emprendimientos” en el caso de los segundos. 

En cualquier caso, no se puede reducir la humanidad de los “bandidos”, ni la de los carranzas, ni la de los nules, ni la de los morenos a un hecho o faceta repudiable y repetitiva de su vida y menos después de muertos. Tampoco se puede agrandar por su talento como en el caso de los gómez. Nada más democrático e igualitario que la muerte. Dejémoslos dormir a todos, que “nadie vuelve del sueño profundo”. 

Yo seguiré honrando a Gómez, velando y ayudando a los que a la hora de su muerte, y como muchos “bandidos” que nacieron estrellados, solo se quejarán de una cosa: de haber vivido.

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