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Esta semana cumplo veintitrés años. Cada año, alrededor de esta fecha, me cuesta evitar sentirme triste, no por el avance de la vida o del tiempo vivido, sino porque el valor de cumplir años se lo daba al hecho de sentirme acompañada y celebrada. Mi cumpleaños solía girar alrededor de las demás personas y lo dispuestas que estaban a darme amor, palabras de afirmación y atención; medía la alegría por la cantidad de mensajes de texto y los regalos, por las invitaciones y los abrazos, fiestas, cumplidos, fotos. Todo para reforzar que era amada, como si el amor justificara mi propia existencia.
Mi cumpleaños no era mío sino de mi ego. Creo que no lograba entender lo que significa celebrar la vida más allá de acumular palabras para mi valía propia, un ritual que me acompaña desde mi nacimiento y del cual pocas veces me he puesto a reflexionar. Mido los años que pasan por las fotografías frente a una torta y las anécdotas de ese día que casi siempre terminaba en llanto; una fecha en la que esperaba de todo el mundo menos de mí misma. No pensaba en darme ese cariño que le pedía a los otros, esos regalos que acumulaba y esas palabras sensatas que todos me daban.
Este año cumplo veintitrés, y desde hace dos cumpleaños decidí que la única responsable de celebrar mi propia vida soy yo, de cuidarme y arreglarme para sentirme cómoda con el pasar del tiempo, de los cambios en mi rostro, mi personalidad, mi cuerpo; en honrar las amistades que se han ido y las que han llegado, en la familia que con amor he construido y conservado. Cumplir años y darme créditos a mí misma por existir, por haber sobrevivido un año más, por lo que en 365 días nuevos he logrado.
¿Cuántos libros nuevos que leí y amé? ¿Cuántas comidas que probé, lugares que conocí y personas que encontré? Tantos logros como haber sobrellevado los días más duros y experimentado los más gratos, las emociones que pudieron habitar en mí y las ideas y creaciones que en la mente concebí. Cumplir años para celebrar tantas cosas que solo me involucran a mí, mi corazón y la propia experiencia de estar viva.
Celebrar lo loco que es existir una vez nos hacemos conscientes de lo frágil que es el cuerpo, de lo efímero que es todo y el azar que nos permite seguir en pie. Alrededor de esta fecha lloro, pero este año me compro mi propia torta y escribo para seguir existiendo en mis ideas y mis palabras, en lo casual y misterioso que es el conectar con personas, en que mi cerebro sea capaz de aprender y al mismo tiempo de amar, que con mis piernas aún puedo correr y con mis ojos apreciar los colores, la música y lo lindo de la vida. Hoy la única responsable de celebrarlo soy yo misma, y lo hago con los brazos abiertos a todos aquellos que quieran acompañarme en ello.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/mariana-mora/