Cuidarse el corazón

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A los filósofos medievales les encantaba la metáfora analítica del cuerpo para hablar de las sociedades. Creían que resultaba muy explicativo para sus tratados sobre los males sociales o sobre la mejor manera de organizar un Estado, las preguntas sobre cuáles eran los brazos de una sociedad, o su cabeza o qué representaba su corazón. La metáfora terminó de lugar común, quizá de forma merecida; hay algo de inteligencia y decisión colectiva en los clichés. El cuerpo como el “cuerpo social” sobrevive en nuestros días, sus partes intentando explicar las partes de una ciudad, sus fenómenos, metabolismos, limitaciones y afectaciones, las de nuestras conurbaciones.

Las ciudades pueden entonces perder sus miembros, sufrir apoplejías de su tráfico, tener infecciones en sus calles, ser atacadas por sus mismos anticuerpos, y, sobre todo, sufrir del corazón. Ahora, aunque no en todos los centros de las ciudades está su corazón, es imposible no pensar que en Medellín sí. Y ampliado a su pecho, porque una parte importante de su alma, que a los filósofos medievales les gustaba vincular con el aliento, también recorre la Candelaria.

Y si es el corazón de la ciudad, centro operativo del flujo vital ¿por qué lo seguimos descuidando? El centro se nos ha convertido en frontera estando en la mitad, terreno de disputa entre poderes oscuros que luchan por parques y “plazas”, pero también, la manera en que lo vemos: ¿el centro únicamente como expresión de esa pulsión comercial que acompaña a los paisas? ¿O como algo más?

El centro también como evidencia del abandono. Cuatro años de políticas sociales marchitadas e ineficientes y un descuido del mantenimiento de la ciudad que parece confesar desinterés y mezquindad, tienen su mejor exposición en la Candelaria. El centro siempre ha sido hospitalario para las personas más vulnerables de la ciudad. Así suele ser el corazón. La desatención de los habitantes de calle, el abandono de las mujeres que ejercen la prostitución, de las personas que son explotadas sexual y laboralmente, de las poblaciones indígenas y los migrantes venezolanos.

Y a pesar de todo, y de nuestro descuido, el corazón se resiste. El centro concentra la mayor cantidad de entidades culturales de la ciudad, las de siempre y las nuevas, las tradicionales y las extrañas. Lo del alma en el pecho no era solo cursilería. También muchas de las organizaciones sociales e incluso, algunas sedes gremiales y empresariales históricas. Pero ahí también se siente el abandono. Soledad porque el corazón parece ir a la deriva, sin políticas distritales que sean más que los recurrentes tiros en los pies o las derrotas colectivas (como en el infame cierre de la Plaza Botero). También extrañan estar en las agendas de las universidades, cuya comprensión de las complejidades podría sumar un poco a desentrañar la situación del centro, sus problemas, pero, sobre todo, las alternativas de acción que tiene para movilizar sus posibilidades.

Desconcierta un poco entonces la ausencia del centro en debates y propuestas. O al menos, la falta de una mejor representación dada la importancia, la centralidad diríamos, de su papel en la ciudad. Cuidar a Medellín, preocupase por ella, sin cuidar su centro, su corazón, no solo resulta injusto, es incluso torpe. Los filósofos medievales y su metáfora del cuerpo lo juzgarían como una gran estupidez.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-silva/

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