Escuchar artículo

“Mi propio cuerpo, que desde hace años ha constituido el único vínculo creíble con la realidad, me aparece ahora como un vehículo en descomposición.”

El cuerpo en que nací. Guadalupe Nettel.

“Aquellos que te hacen creer en absurdos pueden hacer que cometas atrocidades”.

Voltaire.

Imagina una mujer dormida. Su cuerpo quieto, sus ojos cerrados y dentro el universo que ha construido. Su cerebro detenido por alguna de tantas razones en que la vida suele detenernos sin llevarnos. Hay, en ese cuerpo que funciona en su ausencia, un vientre abultado producido por un sistema delirante, y entonces un bebé crece dentro suyo sin su consentimiento ni su conciencia. Una mujer convertida en máquina. Imagina que esa mujer eres tú.

No es El cuento de la criada, la distopía más alucinante, sino la propuesta publicada temporalmente por el Colegio Médico Colombiano: “Sabemos que las mujeres con muerte cerebral pueden llevar embarazos a término; ¿por qué no deberían iniciarse embarazos para ayudar a las parejas sin hijos?” “¿Qué pasa con todos esos cadáveres de mujeres con tallo cerebral en camas de hospital? ¿Por qué sus úteros deberían desperdiciarse?” Parece que la inteligencia artificial no tiene que tomarse el mundo para que se convierta en ese infierno inhumano que han recreado escritores, cineastas y pensadores.

Hay una terrible obsesión por controlar el cuerpo de la mujer y por decirle lo que tiene que hacer con él y cómo debe hacerlo, incluido aquello de que tiene que tener hijos porque para eso es mujer. Dice Guadalupe Nettel en El cuerpo en que nací: “Quizás en eso radique la verdadera conservación de la especie, en perpetuar hasta la última generación de humanos las neurosis de nuestros antepasados, las heridas que nos vamos heredando como una segunda carga genética.” Esas ideas envejecidas que pasan de generación en generación sin casi cuestionamientos nos tatúan el cerebro y el corazón con el molde que estamos destinadas a llenar. Como las mujeres que me han dicho que nunca se detuvieron a pensar si en realidad querían ser madres antes de quedar en embarazo. Sí que es difícil salir indemne de todo eso, desarrollarse distinto y para el caso de nosotras decidir, por ejemplo, no tener hijos, no porque no podamos, sino porque no nos da la gana.

Incluso muchas de esas parejas que buscan desesperadamente un embarazo —las destinatarias de esa propuesta alucinante— se sumergen con frecuencia en una pesadilla, pues ha sido tal la presión que tienen de ser padres que, cuando no lo logran, se ahogan en el fracaso de esa única posibilidad. El cerebro humano, siempre ligado al corazón, moldea sus percepciones con base en todo lo que ha visto y oído desde que empezó a conocer el mundo. Qué carga tan aplastante.

Y eso sin mencionar el aborto —del que ya hablé en alguna columna—, cuyos detractores tienen un millón de motivos para explicar por qué tienen derecho a controlar el cuerpo de una mujer (no quiero tener que añadir libre). Hace poco hubo revuelo en España por esa iniciativa del ultraderechista Vox, que pretendía obligar al médico a preguntarle a la mujer antes de abortar si quería oír el latido fetal o ver una ecografía en 4D. Sobre ello escribió la escritora Lara Moreno en una columna: “Quiero ejercer mi derecho al aborto, doctor, y quiero que sepa que el camino que he recorrido hasta llegar aquí, hasta estar sentada enfrente de usted diciéndole que vengo a ejercer mi derecho al aborto, no le concierne. (…) Quiero ejercer mi derecho al aborto porque no quiero ser madre, doctor. No quiero seguir adelante con este embarazo, doctor. No quiero ahora, no quiero mañana, a lo mejor no quiero nunca. (…) Disculpe, doctor, no le he entendido bien. ¿Qué dice? ¿De qué latido habla, doctor? ¿Del latido de mi corazón, doctor, o del suyo?”

Así como el sistema logra transmitirnos culpa cada instante que no estamos produciendo —sino viviendo—, así mismo parece que algunos lo intentan con la maternidad. Me niego rotundamente a convertirme en máquina en ningún sentido. Rechazo distopías imaginadas por mentes que no han entendido nada —o que se han conectado erróneamente con el corazón. “Ese es el latido que debe importarnos. Ese es el que debemos escuchar. El latido macabro que promete encerrarnos a todas, otra vez, muy al fondo de la cueva”, concluye Lara Moreno.

Que no cometamos atrocidades por absurdos de creencias ajenas. Que no nos arrebaten la vida con sueños prestados. Que cada una construya el sentido de su cuerpo, que es su casa más íntima, sagrada, inviolable, solo suya. El sentido somos nosotras.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/

5/5 - (6 votos)

Compartir

Te podría interesar