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Había experimentado la muerte de mis abuelos, de los dos que pude conocer, la de algunos primos que me dejaron sin aliento por la forma en que partieron, pasé también por la despedida con amigos y cercanos que eran personas entrañables. Y aunque todas esas muertes me dolieron mucho encontré la forma de mantener cierto ritmo de vida, cierta forma de estar y ser que seguía inalterada, hasta que se murió mi papá.
La muerte de mi padre, que suelo edulcorar con eufemismos y sinónimos como “ya no está” o “la partida”, me laceró, se siente como ser otra persona, pero con todo el equipaje histórico y de vida de la anterior, alguien diferente empaquetado en un cuerpo extraño.
La forma más cruel de comprobarlo fue la navidad, una época que recuerdo alegre, linda y dulzona y que se convirtió en sentarme a ver como los demás disfrutan, agarrado de una cerveza mientras por dentro me consumía el sentirme permanentemente viendo una alegría que ya no me toca, que me abandonó.
Claro que me habían dicho que uno no vuelve a ser el mismo, pero otra cosa es experimentar esa sensación de que te vas vaciando de lo que fuiste, que ya simplemente no puedes volver y que en la ruina te toca ir encontrando otras maneras de estar, de pensar y de sentir, siempre con la idea fija que no serán mejor que antes esos nuevos yo, que serán distintos porque que serán más tristes, por lo menos más nostálgicos.
Nadie nos dijo que crecer era fácil, tampoco dijeron que la felicidad en la vida fuera lineal, pero esto de crecer como una acumulación de despedidas, que la vida se te convierta en el recuerdo de lo que ya no está y no eres, pero que fuiste para llegar al ahora, es una comprobación dolorosa de lo que es el existir, de lo que viene siendo la parte mierda de ser adulto.
Despedirme de la navidad como la época de felicidad y encontrarme esta nueva etapa del año fue el colofón de un 2022 contradictorio y retador, lleno de claros y oscuros con alegrías enormes y tristezas devastadoras, con la comprobación del azúcar amargo de la que se compone la nostalgia de los amados que nos dejan y el descubrimiento de los nuevos amores que llegan para sostenernos y no dejarnos caer, al menos no del todo.
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