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Cuando la música es la que narra

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El cine, desde que era pequeño, siempre fue una afición para mí. Una admiración que, si soy honesto por momentos quise convertir en práctica. Siempre le tuve miedo, creía profundamente en las máximas de creadores –filmmakers– que decían que todos esos componentes que armonizan la orquesta del cine –la actuación, la escritura, la cinematografía, la música–, tenían todos que ir al son de la historia. Por alguna razón, aunque la llamen el séptimo arte, siempre me pareció que el cine sufría de una necesidad gigante de talento a un nivel que algunas otras artes no demandaban. No es por menospreciar la escritura, que como puede notar el lector es el arte que yo he escogido practicar, pero el cine reúne un capital de talento que no es fácil de alinear para cargar el grueso de esos mensajes inolvidables que a veces nos regalan las películas.

Fallé en perseguir esa pasión. Fallé, como fallamos los soñadores que nacieron sin mucho talento ni impulso. Me resigné, aunque feliz, a ser un devoto a muerte de todo tipo de cine; sin discriminación ni idealizaciones. Veo, critico, converso y leo, sobre todo; desde “la escoria” que para algunos cineastas es Marvel, hasta los deleites de Stanley Kubrick ante los cuales se arrodillan todos los fanáticos. Me gusta mucho sentarme a ver películas. Me gusta ir al cine solo, para desconcierto de mi papá. Y no hay nada que me guste más que conversar de cine, criticar minucias y entender las historias detrás de esas obras de arte.

Pero fue en la pandemia donde encontré una pasión aislada en ese mar de talento que necesita cualquier película. Una que me ha enamorado con ganas de entender cómo elevan las historias con sus melodías, con sus mensajes escondidos detrás de las notas que anotan los maestros desde el silencio del sonido. Aprendí esto: las bandas sonoras, ocultas detrás de las imágenes, han dotado a esta generación, ya alejada de los genios sinfónicos de los grandes clásicos, con la mejor música sinfónica de los últimos cincuenta años.

Recuerdo cuando me senté a escuchar la música de Star Wars sin poner la película. Escrita por el maestro John Williams, la segunda persona más nominada a premios de la Academia, sólo superado por Walt Disney. Un hombre que ha entrometido sus ideas melódicas en las mentes de tres generaciones. Recuerdo mi sorpresa cuando me di cuenta de que el mismo cerebro nos había traído las dos notas pavorosas que advertían la llegada del tiburón en Jaws; como también había creado todos los leitmotiv que nos llevan al mundo mágico de Harry Potter; y, además, había sido capaz de evocar el sentimiento de aventura único al ver a Indiana Jones. Me parece increíble cómo este genio nonagenario ha movido audiencias desde las tinieblas auditivas, siempre acompañando y nunca brillando por sí solas en la gran pantalla.

Aprendí de los trucos de suspenso, como las escalas de Shepard, que, como una ilusión óptica, se burla de nuestro sentido auditivo para hacernos creer que la tensión seguirá creciendo para siempre. Así lo usó el gran maestro Hans Zimmer en películas como Interstellar y Dunkirk, para llenar el teatro de un suspenso insoportable que promete jamás acabar. Los invitó a escuchar “The Mole” de la última película que mencioné para que lo vivan en acción. Para que lo puedan oír separado del terror de que los alemanes pronto llegarán a las playas francesas.

Adoro también los ambientes que crean esas melodías. Que nos permiten traer a nuestras vidas lo que sentimos cuando decidimos envolvernos completamente en la historia de esos personajes ajenos. Esto va más allá de las magnas piezas de los grandes como Williams, Zimmer y Stenier. Acoge canciones que retoman significados cuando acompañan momentos inolvidables, que se vuelven casi propios; fundamentales para nuestras vidas. Encuentro esos momentos, pasteles, irreales, en la música de Call me by your name. En las piezas de piano perfectas, de mundos envueltos en un aura de ensueño. En las melodías místicas de Sulfjan Stevens que nos abrazan en el enamoramiento veraniego de Elio y Oliver.


Siempre sostendré que, sin la música, el cine fallaría en llevarnos a las lágrimas o en engrandecer los grandes momentos. Sin las disonancias de las piezas particulares de Phillip Glass, nunca hubiera existido la distopia verosímil en la que vivía Truman. Poco a poco, aspiro a seguir descubriendo la magia de este arte dentro de otro arte.


Dejo un link de una playlist de Spotify con grandes composiciones de cine que han movido mi vida.https://open.spotify.com/playlist/1UwtqCTvOHzClEdmqPEljD?si=a935311b812f409f

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-felipe-gaviria/

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