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Por alguna razón, te quedaste sin empleo. Te invitan a registrar tu nombre y tu experiencia laboral en más de 20 plataformas que son intermediarias para ello.
Cada día te levantas, te preparas para sentarte a revisar cada una de las plataformas inscritas. Encuentras una nueva vacante y decides enviar tu hoja de vida, sumando esta postulación a la pila de 60 que llevas a la espera de respuesta hace un par de semanas. Luego revisas el estado de todas a las que te has postulado. Encuentras que en algunas vacantes cumples con el perfil, así que prendes una vela, esperando que el algoritmo se pronuncie a tu favor. Abres tu correo, te han llegado 20 nuevos diciendo que no pasaste a la vacante postulada hace un mes, sin embargo, puedes realizar una prueba para entender mejor tu perfil.
Luego de ello, envías tu hoja de vida a todos tus contactos y las redes de ellos. Todos opinan, te dicen que emprendas, que es mejor no trabajarle a nadie. Te dan ideas, te invitan a explorar y reinventarte. Tú, por dentro, te preguntas, ¿más? Otros te recomiendan el trabajo independiente como la mejor opción, desconociendo que éste implica el nulo acceso a la seguridad social y una jornada laboral de 12 horas como mínimo.
Esta rutina se ha consolidado hace un par de meses; ya has transitado por el mes de las vacaciones forzosas, continúa el de la esperanza, luego la negación y ahora navegas en el desespero.
¿Qué te brinda el Estado? Un subsidio entregado por la caja de compensación por un salario mínimo repartido en 4 meses, con lo que no alcanzas ni a armar un mercado. Adicionalmente, recibes una mentoría de dos horas, organizas tu hoja de vida, haces videos estúpidos para ver si los reclutadores te prestan atención. Cada semana es un quitar y poner información, pero nada da resultado. Tampoco recibes acompañamiento psicológico, simplemente el enlace para hacer la encuesta de valoración de la experiencia de la mentoría.
Lo más complejo es que comienzas a dudar de tus capacidades, de todos los estudios realizados, de tus habilidades emocionales; ya no entiendes por qué no hay una llamada, una posibilidad para encontrar una fuente de ingresos digna, por qué el algoritmo no te está dando un lugar.
Luego revisas las redes sociales y escuchas empresas diciendo que buscan talento, otras diciendo que desarrolles la mentalidad del progreso, porque depende de tu capacidad; otras recortan personal porque son vendidas sin acompañamiento ninguno al nuevo desempleado. También escuchas que son otras industrias las que están en su apogeo, sin embargo, tu perfil no se acomoda a ellas.
Se acabaron las horas del día, no hubo un cambio significativo, sólo un aumento en tu frustración; sin embargo, mañana será otro día.
¿Se han preguntado cuántas personas que les rodean están desempleadas hoy? Yo tengo muchas a mi alrededor, quienes fueron despedidos, se les acabó el contrato y nos los llaman por las riñas políticas; quienes son madres y no las contratan, a quién le falta un año de experiencia, es daltónico, tiene alguna discapacidad, tiene demasiada edad y ya no lo contratan, entre otras. ¿Dimensionan los costos de vivir el desempleo?, ¿de acompañarlos? ¿Dimensionan el reto de darte cuenta de que no tienes el suficiente capital social para mover redes, que tu vida no es suficiente para un algoritmo, que a tus habilidades les falta desarrollo para recibir una llamada y que tu experiencia no tiene el suficiente bagaje para ser contratado?
Según el DANE, en febrero de 2024 la tasa de desocupación en el total de las 13 ciudades y áreas metropolitanas fue 11,6%, mientras que en el mismo mes de 2023 fue 11,5%. El mapa del empleo en AMVA está cambiando, nuevas industrias se posicionan, las juventudes tienen una forma de relación distinta con el trabajo, mientras la generación bisagra padece el desempleo, la crisis de proyectos, la desesperanza colectiva, la renuncia a la maternidad y el endeudamiento excesivo. La vida cotidiana no para vivir en una ciudad como Medellín, no da para alguien desempleado.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/luisa-garcia/