¿Críticos o criticones de Quintero?

¿Críticos o criticones de Quintero?

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Comparto casi todas las críticas que en redes y columnas de opinión le hacen al Alcalde de Medellín, Daniel Quintero. No comparto, con varios de sus detractores, que hayan pasado la línea de la crítica y se hayan instalado en el cómodo terreno de los criticones. 

No pretendo defender a Quintero, que en general como burgomaestre es racionalmente in-defendible. Mi inquietud principal es porque la actitud criticona no le hace ningún bien a la ciudad, es decir, a los ciudadanos, y en general al departamento y al país, por lo que representa Medellín en Colombia.  

Tres parámetros suelo utilizar para diferenciar a los críticos de los criticones. A los primeros los alienta un espíritu constructivo; hacen o ejecutan propuestas concretas y viables sobre aquello de lo que difieren; y si bien mantienen los sentidos agudizados, no viven buscándole la caída a nadie, por lo cual no dejan que la crítica se les vuelva un fin. A los segundos los anima más ser profetas del apocalipsis; es poco o nada lo que proponen, ni tampoco son ejemplo de buena gestión cuando les toca; y terminan convirtiendo la crítica en un sistema cerrado.

Ser criticón es lo más fácil que pude haber en la vida: se trata simplemente de repetir algunas letanías revestidas de sentido común, pero carentes de buen sentido, pues finalmente siempre será más fácil destruir que construir. Ser crítico es una tarea mucho más compleja, un arte incluso, porque cada crítica lleva (o debe llevar), implícitamente, una propuesta y, sobre todo, porque la crítica exige un compromiso moral de coherencia, por el riesgo de que, en el baile de la vida, se termine siendo juzgado por aquello que se juzga.

Cuando leo columnas o trinos contra Quintero –porque muchos son más ad hominem que a su gestión– parece que todos los males de Medellín empezaron en su alcaldía y terminarán cuando él o sus secuaces salgan de la administración y del panorama político. Literalmente así lo expresan algunos de sus contradictores, que andan en una cruzada del bien contra el mal, que es la misma de Quintero, pero con diferentes actores. Casi todos los apocalípticos son, al tiempo, adanistas o mesiánicos.

La oposición empezó en el plano racional, pero cada vez es más visceral, hasta el punto de terminar en odio, cuya medida es desearle el mal al otro. Tan intolerante es con todo lo que huela a Quintero, que termina tomando la parte por el todo, sin importar la reputación de nadie. Todos los funcionaron que están cerca de él o son nombrado por este, los declaran culpables de corrupción, ineptitud o ambas en redes y medios.

No necesito argumentos para demostrar que lo expresado en los dos párrafos anteriores es estadísticamente imposible. Como en la vida en general, no es probable que un gobernante todo lo haga mal o de mala intención, ni que todas las personas a su alrededor piensen igual que él o le acoliten todo. Tampoco es posible lo contrario: que alguien haga todo bien, con buena fe y está rodeado solo de personas que nunca hacen el mal. No hay sistema tan perverso que no tenga algo de virtuoso, ni sistema tan virtuoso que no tenga algo de perverso y menos en un sistema social e hipercomplejo como una administración municipal.

Así que piensen y luego critiquen, porque parecen criticando para luego pensar, y lo único que hacen con esa falta de pausa es polarizar más, terreno que le encanta a Quintero, porque ahí termina ganando casi todas las batallas. La superioridad moral e intelectual no se decreta, se demuestra, y los enemigos de Quintero no han sido capaces en tres años de construir una narrativa mejor que la simple y binaria del bien y el mal.

Para no quedarme en el concepto ni en la crítica y ser un criticón más de críticos o criticones (cada uno sabrá en donde está ubicado), hice el ejercicio dialéctico de preguntarle a varios antiquinteristas si todo lo que había hecho el citado personaje como Alcalde o su administración era malo, y que si había algo bueno me lo explicitaran por favor. La lista de aciertos fue más larga y de mejor impacto de lo que esperaba yo, que también soy uno de sus críticos, lo considero mal gobernante y no creo en su honestidad.   

En política la actitud de criticón quizá se pueda matizar cuando se es militante de un partido u opositor de oficio y turno, pero si su rol en la política es de opinante u opinador sistemático, debe tener la pretensión de objetividad y señalar tanto lo malo como lo bueno. Pero si se queda graduando a Quintero todos los días como enemigo de Medellín y deseándole el mal como alcalde, no le está haciendo ningún favor a la ciudad. Como todos lo predicamos, hay que construir sobre lo construido, haciendo visible lo bueno, así sea poco, para que luego no lo acaben en una próxima administración, como lo ha hecho el propio Quintero. En poco tiempo él se va y es necesario conservar lo que funciona bien.

Este medio, No Apto, creó “un juego de mesa para que hables de lo que te dicen que no se habla en la mesa” del cual tomo cuatro cartas (preguntas) que sirven para el ejercicio que propongo en esta columna: 1) Di una buena decisión que ha tomado un político que no te gusta. 2) ¿Cuál es la propuesta que más te gusta del candidato que no te gusta? 3) Piensa en alguien con quien no compartas nada, ¿qué admiras de esa persona? Y 4) Enumera cuántos amigos tienes que piensen muy diferente a ti.

Lo que pasa con Quintero no es exclusivo de Medellín, ni de la derecha, ni de la izquierda: es la exacerbación de las emociones y pasiones humanas, que en la política nos ha llevado a un mundo cada vez más polarizado. Si usted se ha convertido en un criticón de oficio más que en un opinador con buen juicio, lo invito a este juego didáctico y dialéctico.  

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/

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