Creer en la cultura

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Hay gente que sabe que la cultura es fundamental para transformar la sociedad.

Y trabaja en ello. Lo intenta.

El Tour de Librerías en Medellín, una idea del editor y librero Rodnei Casares, reúne gente para ir a recorrer las librerías de la ciudad, conversar con los libreros, hablar de libros, llevarse varios a casa. Las tiene mapeadas y esta semana se ganó el Estímulo al circuito de Librerías Leo de la Secretaría de Cultura.

Las editoriales como Sílaba y Tragaluz y Frailejón y Angosta y Libros del Fuego –y tantas más, el problema de las listas es que son injustas– que publican poesía aunque no sea el género más leído.

El Festival Selva Adentro que desde hace más de siete años realiza la Red Cepela y la Escuela de Danza Bailes Afroantillanos, dirigidas por Joan Durango, un bailarín de sótano, como dice él, y su equipo de voluntarios, con el que llevan teatro a la selva al Chocó, y en las últimas ediciones al Urabá y al Oriente antioqueño.

Mi amiga Diana que tiene una Casita Rural, una biblioteca en la vereda La Porquera de San Vicente Ferrer, en la que los niños escriben –han publicado tres libros–, bailan, leen y tienen un espacio para creer que hay más opciones para su vida.

Los museos que sobreviven pese al bajo presupuesto (nombremos al Mamm y al Museo de Antioquia que son tan grandes y necesitan tantos recursos), los teatros que llenan sus salas (el Matacandelas, por ejemplo) y esos amigos que se juntaron y crearon La Pascasia que ahora tiene tremenda librería.

Y estoy hablando de Medellín, solamente, y recordando con la memoria de gallina que tengo, con la gente que conozco. Me faltan la Filarmónica de Medellín que hace conciertos en las calles de la ciudad, los clubes de lectura, talleres de escritura, conversaciones, empresas que apoyan: fui la editora de la revista Generación y en los últimos años sobrevivió gracias al apoyo de Comfama y Celsia.

Las noticias culturales no son las más leídas. Es raro ver un trending topic del concierto de la orquesta en Moravia o de la exposición del museo o del nuevo libro de un autor local.

Las noticias que usualmente se hacen virales son las de entretenimiento, que también son cultura, pero en estos tiempos son las más sacrificadas y vilipendiadas: qué otra punta le sacamos a Shakira, armate dos párrafos ahí con la noticia de que Taylor Swift es muy rica. Clics, clics, clics.

Hay excepciones. Ya no trabajo en un medio, pero vi que el muy merecido premio Reina Sofía a Piedad Bonnett se destacó, aunque podría haber sido más –digo yo–.

La mayoría de veces, sin embargo, la viralidad viene por otras razones –que a mí me llaman menos la atención, son más tristes–. De pronto un día Carolina Sanín arma una polémica sobre El infinito en un junco de Irene Vallejo, y pasa tan poco que una noticia cultural sea tan viral, que terminamos agradeciendo discutir de un libro.

Claro, soy periodista cultural y estoy viciada. Pero…

Seguimos sin descubrir y reconocer (lo suficiente) la importancia de la cultura en la sociedad. Suena romántico, y es una frase cliché, pero las transformaciones sociales requieren de la cultura y de la educación. De ahí que, se ha dicho muchas veces, pero no se le presta atención, tantos gobiernos –los nuestros por ejemplo– no inviertan mucho ni en cultura ni en educación para que su gente no sume más herramientas para, digamos lo simple, elegir mejor.

Eso que llamamos cultura es poderoso: nos abre la mente, nos brinda oportunidades, nos muestra que hay otros mundos posibles, otras vidas.

Hubo un tiempo en que Medellín tuvo un presupuesto importante –no quiero decir alto, porque siempre podría ser más– en cultura. Hice cuentas para escribir artículos entonces: era más alto que el del Ministerio de Cultura.

Días que están muy lejos, porque empezó a disminuir en la primera alcaldía de Fico y se fue al piso en la de Quintero. Ni siquiera había que mirar las cifras en esta última, bastaba ir a la Fiesta del Libro para notarlo: se encogió. Habrá que cruzar dedos en esta nueva oportunidad de Federico para reivindicarse con la cultura.

Lo de la Fiesta del Libro, sin embargo, nos dio una lección: hay proyectos culturales tan importantes que ya vuelan solos. La Fiesta es de la gente y la gente la hace. Por eso quizá muchos ni notaron la baja en el presupuesto.

La Fiesta es de esos eventos que nos dan ejemplos de por qué la cultura es importante: en la primera Encuesta Nacional de Lectura, en 2018, Medellín resultó ser la ciudad más lectora. Y nos pareció claro y obvio, eran años –quiero creer que todavía lo son– de una política cultural lectora, en un trabajo entre lo público y lo privado: los Eventos del Libro y muchos esfuerzos de bibliotecas e instituciones. A mi mente, así a vuelo de pájaro, viene Ratón de Biblioteca, pero son muchas.

El ejemplo más simple, y que me gusta para hablar de la importancia de la cultura, es el coronavirus. Durante las cuarentenas por el virus fueron los libros, la música y las películas los que nos abrazaron.

Lo que quiero decir es esto: somos nosotros, como individuos, los que tenemos que darle la importancia a la cultura, para que la cultura haga su trabajo. Debe empezar por nosotros. A veces no se necesita mucho, ni todo tiene que ser eventos masivos. Nos hemos acostumbrados a que si no se impacta a miles o a cientos no sirve, pero quizá si alguien se impacta, si una sola persona se impacta, ya valió todo la pena. Luego podemos ser ilusos: uno, más uno, más uno, más uno, infinitamente.

Pero son muchos más que saben, que están seguros, de que la cultura es el camino para transformar un país. Que están haciendo algo. Y eso es fundamental. Así que es nuestro turno. Quizá no tengamos la fuerza para montar un festival o una librería o un teatro, pero podemos empezar por acompañarlos, por apoyarlos. Por creer, también, en lo obvio: el poder de la cultura.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/monica-quintero/

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