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Amparo, (que bien podría ser Olga, María o Gloria) tiene 75 años. Su cuerpo muestra de manera evidente los estragos que causan, no solo los años, sino la vida, una vida de carencias, de luchas, de sobrevivir. Amparo, a quién le duele una pierna para caminar y no ha podido consultar al médico, se levanta de lunes a sábado a las 4 am. Se baña, siempre limpia porque la pobreza no significa suciedad, organiza el cuarto donde vive con sus tres hijos, recoge un poco el desorden, limpia lo que puede mientras ellos siguen dormidos, prepara su termo con el café que espera vender durante toda la mañana y cuenta las monedas que necesita para el pasaje; solo le alcanza para un bus, lo demás lo tendrá que caminar. Sale de su casa rumbo a la puerta de la Universidad que la ha visto vender tintos durante los últimos veinte años.
Su pierna adolorida, su cara y cuerpo cansados. Amparo camina casi media hora desde su pequeño cuarto para tomar el bus que más cerca la deja de su lugar de trabajo. Hace maromas para que no se le riegue el tinto, pues de su venta depende que tenga con qué pagar la pieza de esa noche, y en medio del frío de la mañana y de las laderas de Medellín, Amparo continúa con su rutina. Ese tinto es su único medio de vida… ¿en qué más podría trabajar a sus 75 años?
Mientras Amparo trabaja al sol y al agua, aguantando el clima inclemente de Medellín, el bullicio de la ciudad y los estudiantes o transeúntes que se quieren pasar de vivos, sus tres hijos duermen hasta las 10 de la mañana. De 37, 35 y 28 años respectivamente, sus hijos comienzan el día con un poco de guayabo, no saben si fue de tanto aguardiente o estragos del perico que se estuvieron metiendo. No tienen más afán que el de buscar algo para comer entre lo que dejó su mamá, esculcarle sus cosas a ver si encuentran algunas monedas o billetes con los que puedan comprar una cerveza y luego salir, a esa selva de cemento, a simplemente vivir de “vueltas”, a ver pasar su vida parados en una esquina, a hacer uno que otro mandado y a meterse algo para poder aguantar hasta el amanecer.
Amparo es su mamá, no es capaz de echarlos de su cuarto, no soporta pensar que van a tener que dormir en la calle. La cantaleta de que hicieran algo por su vida ya no caló. Ella sabe que son tres vidas perdidas, dedicadas a nada o al mal. Pero son sus hijos, y hasta que a ella le queden fuerzas, seguirá vendiendo tintos para que ellos tengan dónde dormir.
La vida de ellos y de Amparo pudo haber sido diferente, pero crecieron con hambre, sin oportunidades de acceso a educación, sin estimulaciones necesarias para que su vida tomara otro rumbo. Ellos, que parecieran los malos de esta historia, crecieron siendo víctimas de una ciudad que los marginó.
La historia de Amparo y de sus hijos se seguirá repitiendo en Medellín. En 30 años se podrá contar con otros nombres y algunos matices, pero seguirá siendo la historia de niños que pasan su primera infancia desnutridos, sin acceso a programas de promoción de lecto-escritura y que se desarrollan en entornos violentos.
El más reciente informe de Medellín como Vamos revela datos muy preocupantes. La cobertura en transición disminuyó; la atención de la primera infancia en programas de estimulación lectora bajó de 105 mil niños y niñas en 2019 a apenas 40 mil en 2021; el 7.8% de los niños y niñas en control y desarrollo durante el 2021 tenían desnutrición crónica y cada vez menos bebés son alimentados con leche materna.
Estos niños y niñas no podrán ir al colegio en igualdad de condiciones. La niñez con hambre no desarrolla su cerebro y le cuesta aprender, el ingreso tardío al sistema educativo aumenta las posibilidades de repitencia y abandono y el deterioro en la atención de salud implica consecuencias para su desarrollo mental e intelectual. Esta niñez, también condenada a una vida sin oportunidades, repetirá la historia en 30 años, y la repetirá porque nosotros hoy no estamos haciendo lo suficiente para que su vida se desarrolle en condiciones óptimas.
En 30 años, cuando estén parados en una esquina, sin visión alguna de su vida, pensando en su próximo delito y explotando económicamente a su mamá, los veremos como los malos de la historia, pero no olvidemos que no son más que víctimas, víctimas de gobiernos corruptos, de decisiones desacertadas y de la indiferencia ciudadana, que en su primera infancia les arrebataron la posibilidad de una vida diferente.