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En esta campaña electoral de Medellín —que está definida sin remedio desde hace meses— los candidatos parecen necesitar menos las urnas y más una regla. Hace rato que comprendieron los unos que ganarle a Federico Gutiérrez es un imposible; y hace tiempo, también, que Federico tiene claro que su segundo periodo como alcalde de Medellín es una certeza que solo podría evitar algún tipo de deus ex machina del infortunio.

Entonces, si lo del domingo 29 de octubre será de trámite, parece que se dirán algunos de los candidatos en su respectiva intimidad, ¿por qué no medir quién orina más lejos?
Eso de querer saber quién la tiene más larga es contagioso: un concejal sale de su oficina, cual gallo con espuelas, para mostrarle el pecho a su oponente, que a su vez tiembla, chista, manotea, amenaza, insulta y se va. El concejal, que aspira a repetir en el cargo, insuflado de orgullo de macho alfa, se pavonea ante las cámaras y los micrófonos locales y nacionales. Le quiere contar a todo el mundo su atrevimiento. Sabe o sospecha que ha asegurado unos votos más. Reconocí en esa misma actitud la de algunos de los compañeros con los que cursé el bachillerato, muchachos de 16 años que sonreían socarrones luego de “pecharse” con otro en algún rincón del patio durante el descanso. ¡Qué bravo que soy!

Hay más, claro. Un par de candidatos se gritan, se encaran, se insultan. El uno se siente impoluto, se convierte en el juez que dicta sentencia, y lo hace. El otro carga con la sospecha —muy cercana a la evidencia— del actuar reprochable. No tienen nada que decirse que valga la pena oír. Pensarán, acaso, “si no voy a ganar, que por lo menos me recuerden”. Ignoran ambos que somos puro material para el olvido. Se aplaude a quien grita corrupto, se chifla a quien respondió “de malas”. Y al revés, también. ¡Ah, qué tan verracos los dos!

Al final de esta larga campaña a la alcaldía —que ha durado tanto como el propio periodo de Quintero y donde el maniqueísmo ha sido el hilo conductor de las ideas— a duras penas ha quedado tiempo para lo escandaloso, la gritería y las demostraciones de testosterona. “Vos sos un bandido”, le espeta Gutiérrez, entre dientes, al provocador Corredor que le ha tendido la celada. ¡Tan valientes que son!

Que quede constancia que para ser alcalde de Medellín, ahora también es necesaria la bravuconería.

Eso es lo que hay, pero hacen falta liderazgos que no produzcan resignación o vergüenza.

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Adenda: se equivocó el grupo de indígenas de los pueblos misak, nasa y pijao, pertenecientes al Movimiento de las Autoridades Indígenas del Suroccidente colombiano (AISO), que decidió tomarse las instalaciones de la Revista Semana. Intimidar al otro no puede ser el camino de los reclamos, por justos que estos sean.

Reducir el hecho a un actuar violento e irracional, como algunos han pretendido, o simplificarlo a la obediencia de unas órdenes dadas desde el Palacio de Nariño, es seguir eludiendo la responsabilidad que recae sobre los medios de comunicación en la instauración de la idea preconcebida, clasista y racista que ha tenido el grueso de la población colombiana sobre sus pueblos indígenas. Botones de muestra hay por montones.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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