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Cinco minuticos más. Otros cinco. Un pie en frente del otro hasta la ducha con el pelo revolcado. Ver en el espejo un par de marcas rojas en el cachete izquierdo porque duermo mirando el balcón donde a veces aparece la luna por encima de los altos edificios. Unos que están vacíos al parecer porque nadie se asoma nunca en esos balcones, me pregunto hacia donde miran entonces. El agua calienta despacio, miro mientras tanto los vestidos para ver cual combina con mi agenda de hoy. Zapatos, café, cierro las ventanas. Una hora de silencio. Suena detrás de mí la puerta y muevo la cartera para verificar que llevo las llaves que me recuerdan el regreso más tarde.
Empieza un día que nunca más sucederá. Quién sabe si este será digno de un recuerdo o si se sumará a la bolsa de días pasados echados al olvido y sumados en el calendario. Las palabras que diré hoy no estaban planeadas, como siempre. Aunque la agenda estuviese anunciando hace semanas los encuentros que tendría aquel día, nunca se sabe cómo se llenarán esos espacios a ciencia cierta.
Uno dice cosas que no quiso decir, otras veces se sorprende de la lucidez de las palabras, a veces hay risas que llegan sin anuncio, otras asalta la rabia. Bailamos como nos vayan tocando, al son de la música que suena. Algunas cosas siempre están presentes, el café, los distractores celulares, la hora de almuerzo, alguna gente estatua que siempre está en su puesto, pero honestamente casi nada de lo que sucede esta realmente planeado.
Vamos improvisando, siempre.
Pregunta, respuesta. Se sube el tono, lo bajamos. Acompasamos el ritmo de nuestros pasos según con quien caminemos al lado. Reímos a tiempo, callamos. Buscamos alimento, escogemos compañías.
La vida se parece más a un jam de jazz, no se ensaya. Uno se monta todos los días al escenario a ver qué pasa. Hay días que hay armonía entre todos los músicos, hay días de solos, hay días en los que desafinamos, hay días con público, hay días con vocalistas y otros solo con el sonido de los instrumentos. Nunca sale del todo mal, ni completamente bien.
Uno normalmente solo sabe tocar una sola cosa, pero hay músicos geniales que pueden pasar por cada lugar del escenario interpretando como trompetistas, bateristas, bajistas, guitarristas e incluso unos también son vocalistas. Pero casi nadie es así, la verdad es que somos un ingrediente más que no sabe cómo va a combinar con los demás.
Unos se levantan con la ilusión de la certeza y buscan seguridad para andar el día. Miran la agenda, llaman a las secretarias, hacen listas de chequeo, recorridos mentales de las calles que van a caminar, pero al primer cordón desamarrado, se nos recuerda que es imposible planear. Que toca improvisar, buscar un murito o agacharse en la calle para amarrarse y seguir caminando.
Un trancón, la leche derramada, la crema dental sobre la camisa, un choque, una tormenta, un barrito en la cara, una puerta cerrada. Cualquier cosa puede hacernos recalcular. Y aún así seguimos con la falsa idea de que estamos preparados para salir a las calle.
Estar atento ayuda más. Más que los planes sin duda. Ver cuando es nuestra entrada, donde subir el volumen. Cuando callar, cuando observar.
Al salir de casa, empieza el jam. Cuando se cierra esa puerta del único lugar medianamente seguro, somos todos unos improvisadores más que aunque nos hagamos doble nudo, siempre se nos pueden desamarrar los cordones.