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Un valor en ocasiones subestimado en personas y organizaciones es la consistencia. Es decir, la disposición a mantener cierta coherencia entre actos, pensamientos, discursos y decisiones. En particular, resalta porque nos pone en una situación que pone a prueba qué tan dispuestos estamos a asumir alguna pérdida por mantener la conexión entre lo que decimos y lo que hacemos. También porque es una de las pocas maneras de evitar el campo minado de la hipocresía. Solo en esta coherencia podemos reivindicar que las cosas en las que creemos coinciden con las decisiones que tomamos.
Esto parece enredado; intentaré explicarme: La consistencia es importante entre otras razones porque solo con consistencia ganamos la sensación de estabilidad en otras personas que nos permite confiar en ellas. Y solemos confiar en las personas, instituciones y circunstancias que parecen estables; que nos permiten calcular con algún grado de certeza lo que harán en determinada situación futura. La inconsistencia, en tanto inestable, nos dificulta mucho confiar en otros. Ambas cosas afectan la confianza social, la cantidad de confianza que tiene una comunidad.
Hablo sobre todo esto porque en muchos escenarios, privados y públicos, es común esta disonancia; personas, jefes, gobernantes, amigos, compañeros de trabajo que -básicamente- dicen una cosa y hacen otra.
La coherencia no supone, como algunas personas en ocasiones exigen, la terquedad de pensamiento. Es decir, que uno nunca cambie de opinión sobre algo. La fluidez en las creencias es muestra de la flexibilidad necesaria para navegar los cambios que sufren nuestras vidas y las sociedades en las que vivimos. La incoherencia a la que me refiero aquí es algo distinto, tiene más que ver con la distancia entre lo que decimos y defendemos de cierta manera con algo de vociferación (nuestras creencias públicas, por llamarlas de alguna manera) y lo que hacemos en entornos más cerrados, controlados o incluso, privados. Tiene que ver con los efectos sociales perversos de la hipocresía.
Es la organización que habla del desarrollo de sus colaboradores, mientras los explota laboralmente, el gobierno que insiste en la importancia de enfrentar las consecuencias del cambio climático, mientras reduce el presupuesto para las agencias que atienden desastres naturales, el jefe que habla de respeto y desarrollo humano, mientras acosa a sus subalternos, y así.
La confianza social es un recurso de uso común y universal y deberíamos pensarla como un elemento siempre presente en el ambiente que habitamos; cuando alguien la reproduce, todos la disfrutamos, y cuando alguien la destruye, todos sufrimos consecuencias negativas. Es un fondo común, una “vaca” en la que todos depositamos y hacemos retiros todo el tiempo.
De ahí que la consistencia (y la falta de ella), en tanto afecta la confianza social, deba hacer parte de una conversación que supera la esfera privada. Y que la promoción y exigencia de la consistencia como valor fundamental de la sociedad, haga parte de la conversación pública.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-silva/