Yo diría que, básicamente, en todo. Porque ambas nacen y se manifiestan de las mismas maneras: vivir una vida con sentido e intencionalidad.

Estoy convencido que al ver en la naturaleza y a la vida el valor que tienen en sí mismos y al reconocerse parte de una misma red de vida en la que las acciones y omisiones tienen impactos directos sobre ellos, se da la posibilidad de vivir una vida con sentido. Pues es una vida que tiene en cuenta lo que la rodea, que es capaz de ver y tratar de entender intereses distintos a los míos, que no se deja engañar por motivaciones egoístas, que está presente y que cumple su papel, por más pequeño que sea.

En síntesis, se trata de tomar responsabilidad de uno mismo y comprender que el mantenimiento de la vida también pasa por mis manos.

Para lograr esa armonía interior que se manifiesta con lo externo, no hay un camino único ni fácil, tiene un montón de particularidades y desafíos que para muchos no es atractivo y no están dispuestos a hacerlo pues sienten agredida su supuesta libertad y autonomía. Nada más lejos de la realidad. Es otra manera de esconder el egoísmo. Aquella felicidad a la que todos aspiramos y en la que todos tenemos cabida y aquel mundo en el que todo tipo de vida tiene su lugar, es posible gracias a la participación consciente y deliberada de cada uno. Las plantas, animales y demás seres que habitan este planeta ya hacen bastante bien su trabajo, incluso parecieran ni siquiera esforzarse, es solo vivir, solo ser lo que son, ¿por qué no podemos hacer lo mismo y aprenderles la nobleza y sencillez que hay en cada uno de sus actos?

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