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Podría uno pensar que es puro cinismo o que el sarcasmo —incluso el malo— reina en el mundo. ¡Maravilloso! Pero resulta que no, que es todo lo contrario, que hay gente de verdad enojada, ofendida hasta los tuétanos, porque le cambiaron el color de la piel a un personaje ficticio.
¡Qué dónde se ha visto un elfo negro!, claman airados. ¡Qué de cuándo acá las sirenas son negras!, trinan otros, llenos de furia. Pero es que dónde has visto vos, siquiera, un elfo o una sirena.
La polémica no es nueva —porque no es nuevo el racismo, por supuesto, que ni se ha ido ni se acaba—, pero cada tanto tiempo salta algún indignado que, escondido tras lo que define como la defensa de la versión original (ya coloreada y adaptada para todas las edades para que se pueda ver en televisión), pavonea sin pudor en las redes sociales sus ideas que ya deberían ser de otros tiempos, pero que siguen vigentes gracias a gente como ellos.
Dije en las redes sociales, pero puede ser en la calle o en sus encuentros con amigos o parientes, en las cafeterías de las universidades, en sus lugares de trabajo, en las aulas… El racista no tiene límites. Y hasta jura que no es racista, además.
Digo que ha pasado antes porque tengo claro el recuerdo. Cuando en 2016 se conoció el reparto de la obra de teatro Harry Potter y el legado maldito (Harry Potter and the cursed child) y que la actriz Noma Dumezweni, de labios gruesos, nariz ancha, pelo crespo y piel negra, iba interpretar a la bruja Hermione Granger, saltaron los puristas.
La misma J.K. Rowling —antes de meterse en las honduras de la transfobia— salió en defensa de la elección: “Canon: brown eyes, frizzy hair and very clever. White skin was never specified”, trinó. Ojos café, cabello crespo y muy inteligente. Eso era todo.
Pero me voy por las nubes, no es de personajes ficticios de lo que quiero hablar. Digo que no es el apego a la originalidad de la historia lo que los preocupa —no he visto hordas de opinadores quejándose de cada uno de los blanquísimos o rubios o zarcos actores que han interpretado a Jesús—. No. Lo que de verdad los indigna revela el más estructural de los racismos, el que llevan ya instalado, el que les permite iniciar una frase diciendo “no es racismo, pero…”. Y tras el pero viene toda la carga, la segregación, el asombro que esconde la indignación y la molestia. Lo que no conciben es que haya un negro donde ellos quieren ver un blanco.
La discusión sobre elfos y sirenas es banal y no sé qué hago yo metiéndome en ella. Es más, para cada trino u opinión de esos deberíamos tener ya una respuesta estándar: ven y te digo lo que puedes hacer con tu racismo.
Y sin embargo aquí estamos. O ahí están, mejor, porque voy llegando adonde quiero. Todos conocemos a alguno, seguro. Llamémoslo el comentarista compartidor de memes, el que cree que esas imágenes que envía a todos sus contactos, que esos chistes flojos donde el sujeto de burla es Francia Márquez, son realmente graciosos. Y no es que Francia haya hecho algo para reírnos de ella (que burlarse del poder no solo es necesario, sino que debería ser obligatorio), el chiste es que es negra y entonces, les parece que también es bruta, ignorante, perezosa y todo lo demás que el prejuicio les permita creer
“Somos un país racista”, escribió la novelista negra Velia Vidal. No nos hicieron falta nunca leyes de segregación, la reciente campaña a la presidencia dejó material suficiente para comprobarlo.
Aunque al final está bien que ocurra. No el racismo, aclaro, sino el que queden en evidencia, el que sepamos que ahí están, que ahí sigue el racismo normalizado, porque hay una línea que iguala al indignado defensor de la sirena con el molesto ciudadano que aún se resiste a creer que una mujer racializada esté en un cargo de poder.