Cartas de viaje: detallitos negros

Cartas de viaje: detallitos negros

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Se encendieron desde ya las luces de navidad. Como si noviembre se resistiera a tener su propia festividad y sin permitir que Halloween se despida, nos apresuramos a encender  lucecitas para no aburrirnos un solo día.

Es la época del año más contradictoria de todas. Unos, como niños, ven magia y alegría en todo;  otros, melancolía. Reviven  heridas y traumas de la infancia. En cualquier caso, debemos convivir entre  duendes y villanos anti alegría.

Todos, los alegres y los melancólicos, tenemos algo en común: hacemos parte de una festividad llena de desperdicios y del frenesí del consumo.

Las cuentas de energía se disparan para alumbrar con innumerables “foquitos” cada esquina de esta época sórdida y oscura. Es tan insoportable el frio, que encender todo pareciera ser el mejor de los remedios.  Y no importa estar en medio de otra absurda guerra, o si el planeta está que hierve; la diversión se impone por un momento, se hace una pausa mental y se gasta más de lo que corresponde.

La navidad inicia convenientemente para el comercio con un Viernes Negro (Black Friday),  una costumbre norteamericana que por sus excelentes resultados económicos se filtró en todos los países como una brillante idea de mercadeo hostil contra el planeta.

La gente compra todo lo que se anuncie en las despampanantes vitrinas. Algunos aprovechan para adelantar los regalos navideños, aunque realmente hasta el mismísimo día de los regalos también estén atiborradas las tiendas, por lo que no entiendo lo del tal  “adelanto”.  Me imagino que somos muy generosos y queremos comprarle un detalle hasta al más desconocido, o somos unos inconscientes, incapaces de ver que las marcas nos encuentran como presa fácil para colgarnos encima cositas y comida y ropa y cremas y bandejitas y tecnología, como una preparación para el apocalipsis  donde hay que llenar un sótano de vainas casi siempre inútiles e innecesarias.

Porque,  la verdad, la mayoría de los “detallitos” de navidad son un encarte. Mi padre dice que ya tiene lleno el cajón de “maricaditas”, advirtiéndonos de no comprarle ni una más. No sé si nos trata de hacer conscientes de que esas compras son inútiles, o si lo que quiere es un regalo que no clasifique como “maricada”. En cualquier caso, tiene razón en que esos pequeños detalles son basura ¿Qué hace uno con otra libretica, con otra cremita miniatura, con otro juego de mesa o con una camiseta que no escogimos y que seguro es del color que odiamos o tres tallas más pequeña?

Este año, los activistas de Green Peace se manifestaron contra esta locura, hicieron montañas de residuos en las calles de Madrid abarrotadas de  miles (¡millones!) de personas  comprando desorbitadamente. Con carteles que decían “Sus beneficios, tus desperdicios” , “Las marcas nos están consumiendo”, “Hecho para tirar”, estos jóvenes nos recuerdan que eso que nos parece tan bello, comprar como locos para regalar en navidad, hace que necesitemos 1,8 planetas al año. Un consumo insostenible y frenético. 

Generamos demasiada basura, mucha más de la que realmente necesitamos para existir de manera digna e incluso cómoda. Algunos calculan que en esta temporada de Papá Noel , el querido barbudo nos deja de aguinaldo 30% más de desperdicios diarios de lo habitual y un consumo de energía 40% más alto.

Sin embargo, en esta época hay algo mágico y casi magnético que nos impulsa a buscarnos y agendarnos cada día. Creo que el último mes del año necesita ser celebrado y que es la ocasión perfecta para descansar y reunir a las familias que, por la locura del trabajo sin freno, no alcanzan a verse durante muchos meses. Comprendo la belleza que hay detrás de una buena cena preparada con cariño en una mesa decorada con elegancia, que las conversaciones bajo las luces y el fuego son una maravilla, todo eso lo  comprendo, pero no tenemos que extinguirnos en el camino a celebramos. No es necesario acabar con el planeta, nuestro único hogar, para cantar unos villancicos.

Celebremos conscientes. Si vamos a dar amor, hagámoslo de verdad. Amar es más complejo que un kit de belleza o una camisa divina. Si queremos encuentros significativos, dediquémosle más tiempo a la gente; no hay que ir a toda prisa de novena en novena, de fiesta en fiesta. Lo más grande que nos pueden regalar y que podemos dar, es TIEMPO, ¿qué tal si lo hacemos de verdad? El tiempo no requiere ser empacado en papel de colores que va a la basura ni lleva a cuestas la tala de millones de árboles.

No necesitamos cinticas de colores, ni tarros de aluminio con hombrecitos de nieve, ni luces que malgastan la energía que pueblos enteros necesitan, para decirnos “te quiero, te extrañé este año”, o para abrazarnos y perdonar el tiempo que no nos dimos. No es necesario llenar de paquetes un falso árbol de plástico. Podríamos salir al campo o a un parque, dar un paseo con nuestra familia y darnos el buen regalo de una conversación honesta y amorosa. No necesitamos tampoco un exceso de comida para cenar bien, que además de una buena indigestión, genera un gigantesco desperdicio de alimentos.

El ritual de la navidad es bello, todos los rituales lo son. Marcamos el paso del tiempo y simbolizamos asuntos íntimos en comunidad, así que está bien continuar con ellos. Pero sin detallitos mortales para la humanidad y sin un engaño de amor empacado en basura.

Si estamos cortos de creatividad aquí unas ideas: escribe una carta, regala una experiencia, compra algo a la comunidad local de la que haces parte, lleva un postre de un emprendedor o hazlo tú mismo, regala un árbol de verdad, haz una cena a la luz de las velas, canta villancicos con los niños y háblales del hermoso planeta del que hacen parte, prende una chimenea y conversa con tu familia, descansen juntos en paz, con tiempo. Nada de esto necesita estar en promoción para que lo lleves, ningún Black Friday puede reemplazar un encuentro verdadero.

Así que Feliz Navidad. A disfrutarla como si fuera la última, quién quita que sí lo sea.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/juana-botero/

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