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Te voy a llamar Natalia: me parece que un diminutivo puede resultar exceso de confianza a estas alturas, sobre todo cuando parece claro que no eras dada a ventilar tu intimidad.

No te escribo por compasión: en la foto que publicaron, te ves altiva, miras desde arriba, y sonríes. No es una risa de inocencia. Tampoco una risa feliz. Es la risa de alguien decidido, nunca pusilánime. Te ves bonita con tu mata de pelo negro, llena de fuerza. Que te haya matado tu ex, no borra ese ímpetu, no sos vos la vencida.

Fabián, que se escribe con efe de feminicida, se pasó por la faja a la Comisaría de Familia. En Colombia estas entidades parecen estar facultadas no más para dar consejos. Cuenta La silla vacía que en la audiencia del caso le pidieron al que se convertiría en asesino “abstenerse de proferir agresiones verbales, físicas, económicas, ofensa, acoso (…)” y un etcétera de prohibiciones hechas con aire y papel. También lo mandaron a terapias y a un curso pedagógico “sobre el cumplimiento de las medidas de protección”, como si los trastornados y sus obsesiones estuvieran en la capacidad de oír alguna voz distinta de la suya propia.

También derribó las barreras de alejamiento y el secreto sobre dónde quedan las Casas refugio y allá se le apareció a la mujer escondida por las autoridades. Entonces la trasladaron a Suba y de ahí le dieron el alta a pesar de que tenía miedo, según cuenta el tío, único miembro de la familia que ha dado declaraciones sobre esta muerte.

Le prometieron que del CAI la iban a visitar varias veces cada día para protegerla. No fueron ni una vez. Pero Fabián venció también a la Policía: a ese mismo CAI acudió un vecino de la víctima a pedir ayuda mientras se cometía el crimen, pero la patrullera dijo que no podía dejar solo el puesto. ¿Quién la juzga? En Colombia hay municipios enteros en manos de cuatro o cinco policías, tan impotentes como los civiles ante el delito y la violencia.

No me mueve tampoco la indignación, Natalia, aunque ahí la tengo. Lo que quiero, aunque sé que no lo voy a lograr, es convencerte de que nada de esto fue tu culpa. Ni yo misma me libero de ese sentimiento, porque viene escrito en el cuerpo y el alma de las mujeres, y se acentúa con la maternidad.

Ahora mismo, dónde estés, pensarás en tu hijo y el daño irreparable de dejarlo huérfano. Creerás que habrías podido evitar que a sus tres años presenciara un hecho de sangre, cuando todos sabemos que no hay edad en la que se esté listo para la violencia o la orfandad. Dirás que le diste el peor padre y que así era mejor que no hubiera nacido.

Pero el niño, Natalia, vivirá inventándote. Y en su creación, serás la mamá más linda y la más valiente. Recordará, si tiene suerte, algunas ráfagas de su vida contigo y, puedes estar segura, serán aquellas donde lo abrazaste y él te acarició el pelo, porque las mamás somos el primer amor de nuestros hijos.

Antes de morir ¡te hiciste tantos reproches! Cuántas veces te preguntaste por qué vos, toda una enfermera jefe, con empleo, con aspiraciones, aceptó tener al lado a un hombre como Fabián.

Los fabianes del mundo, Natalia, son hombres encantadores en apariencia. Sus trastornos de personalidad se esconden tras temperamentos arrolladores y atractivos. Los psiquiatras dicen que los feminicidas suelen tener desórdenes de tipo antisocial (insensibles al dolor ajeno), o de tipo paranoide (sufren de celos enfermizos), o de tipo narcisista (no admiten que su pareja los deje). Los hemos visto en las películas, con inmensa habilidad para manipular, agradar y hacerse las víctimas. Pero andan por ahí y son el marido o el papá, o el amigo de las mujeres que morirán mañana.

Y cuando decidiste tomar acción, volviste a despreciarte por haber tardado tanto y por haber tenido vergüenza de admitir ante tu familia que eras una mujer maltratada. Esos descubrimientos a veces toman tiempo, Natalia, porque esas parejas no construyen un infierno continuo, sino que alternan con detalles amorosos y dicha sus períodos de agresividad; también piden perdón y prometen enmienda. Gozan además del don de hacerte creer que el problema de sus reacciones es tuyo, o que estás loca o que la vida en pareja es así.

Pero encontraste la fuerza e hiciste lo correcto, al pie de la letra. Al menos lo que dicen las políticas que una mujer en tu situación puede hacer. Y aún así. Pero eso te hace admirable, como a Stefanny, acuchillada por su expareja un día antes que vos. Ella también tenía la esperanza puesta en una mejor vida, al lado de sus hijos, lejos de su verdugo, y había pedido ayuda.

Claro que no te convencí. Y aunque dejaras atrás la culpa, lo ocurrido es irreversible. Entonces que esta carta sea para contarte que la vergüenza la tienen hoy las autoridades, al menos en Bogotá, donde tal vez algunas cosas cambien o tal vez no, porque la estadística indica que todos los días matan en Colombia a 1,6 mujeres por razones de género. Y para decirte que tu historia me sigue doliendo.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-montoya/

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