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Querida Miranda, no puedo describir la mezcla de sentimientos y emociones que siento al pensar en ti, al reconocer tú crecimiento y la manera en que te vas formando en el cuerpo de mamá. Te escribo con una alegría enorme por pensar que en pocos meses te conoceré y con inquietud al tratar de entender el mundo al que llegarás y al descubrirme débil y dubitativo para el rol más impresionante que desempeñaré jamás: ser tu padre.
Crecerás como santarrosana por adopción, amor y costumbre; ligada a esta tierra amplia llamada Antioquia que te deslumbrará por sus montañas, te fascinará por sus usos y te sacudirá por sus contradicciones. Serás mujer y colombiana, ambas cosas cargadas de una emotividad maravillosa y compleja.
El país que te va a recibir y del que tendrás más de lo que imaginas en ti, es un país hermoso y azaroso, alegre y dificultoso. Una Colombia por hacer, que se destruye y reconstruye cada día. Nacerás en octubre, la espera más linda que jamás hemos vivido tú mamá y yo, y tú tiempo de estar acá, con nosotros, será uno recordado por incertidumbres políticas e inciertos movimientos mirando al futuro.
A hoy no sabemos quién será el presidente en ese mes y por muchos años eso no te importará, aunque te determine. Como te determinará también el hecho de ser mujer en un país en donde las mujeres jamás la tuvieron fácil, todo lo contrario, eres heredera de luchas que tú mamá y tías te explicarán mejor y que yo trataré siempre de acompañar por ti, de reivindicaciones permanentes y de una demostración constante de tu potencial. Quiero y debo estar a la altura para apoyarte y demostrarte que esas barreras se pueden romper y que puedes construir, con tus compañeras, escenarios y mundos mejores, con pasos pequeños pero importantes, como el que tú mamá ya dio siendo la primera mujer profesional en su familia.
Escribo esta primera carta a ti, mi amada niña, pensando con temor en el país, pero consciente que la alta política no podrá hacernos tan felices como el cariño de los cercanos, el círculo de amor que hemos construido en torno tuyo los que te recibimos expectantes: tus abuelos y abuelas, tú tío y tres tías, la familia grande, los amigos de tus padres. Al final, vas a ver luego, en el país nos enquistamos en discusiones grandilocuentes que nos llevan a pensar en la macroeconomía y la política internacional, en la guerra contra las drogas y los problemas de la tierra, dejando pasar de lado la certeza que tú me diste desde que sé que existes: que es el amor cercano, el círculo inmediato, la alegría del día a día la que al final nos salva y nos motiva; y que mis luchas y temores se reducen todos a tratar de estar bien para ti y que tú vida sea mejor que la mía, nada más pido y quiero.
Si al votar y pensar en política nos enfocáramos en eso, en como mi voto modifica el bienestar y el progreso de los que amamos en lo inmediato, quizá nuestras interacciones políticas serían menos dificultosas, menos viscerales. No puedo prometerte cambiar el mundo para ti, pero lo que sí voy a tratar siempre es que puedas entenderlo y que cada decisión que yo tome sea pensando en cómo hará que tengas un mundo más amable y consciente con el rol de la mujer (que será tuyo también), más amplio en su aceptación de la diversidad, menos violento y con una relación sostenible y armoniosa que debemos construir con el ambiente y con los demás seres humanos, a través de la empatía y la confianza.
Claro que quiero un país mejor para ti y tu vida, y eso empieza por ser una mejor persona y un mejor padre al momento de recibirte y mostrarte este mundo en el que vas a vivir.
Nota: Miranda, soy tipo de ser humano raro que además de ser papá, soy politólogo.