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Empiezan las campañas y a la ciudadanía nos atosiga el despliegue de innumerables rostros que intentan destacarse, la mayoría usando los mismos trucos ya registrados hace dos mil años en las elecciones romanas: aparecer siempre rodeado de una turba de seguidores; recordar el nombre de las personas a las que se dirigen y a qué dedican su vida; vestirse con la apariencia de ser personas de seriedad; prometer ayudas sin importar las consecuencias o su factibilidad; y pervive la más exacerbante de todas: posar como una persona del pueblo.

No hay nada nuevo bajo el sol, los candidatos colombianos despliegan el realismo mágico a la hora de contar historias de superación de la pobreza y pocos se salvan de posar de “venir de abajo”. “Es que yo me he hecho a pulso”, frase ícono de la hipocresía de buena parte de nuestros líderes privilegiados de cuna. Universidades de lujo pagadas con drama exagerado, barrios de nacimiento que, aunque son de lo más normales, son narrados como una mezcla de Kabul y Etiopía, en fin.

Bastante ha de cuestionarnos como sociedad el nulo avance político en este campo durante veinte siglos, dejándonos engañar y enganchar con los mismos cuentos que se repiten sin mayor desgaste. Sin embargo, más que nuestro estancamiento evolutivo, me preocupa lo subrepticio detrás de confiar ciegamente en quien viene de abajo. Sin duda se trata de una desconfianza plena hacia quien es rico, desconfianza que me parece bastante útil y razonable, pero porque conviene dudar de las intenciones de todas las personas, incluidas las pobres.

El catolicismo no ha ayudado, hasta el sol de hoy el Papa Francisco no pierde ocasión para hablar en contra de la acumulación de riqueza. Y por supuesto, no pretendo que esto sea algún tipo de justificación tipo “la gente es pobre porque quiere”, especialmente porque Colombia es un país con una carencia extrema de oportunidades donde la gente es pobre porque le toca, pero así mismo como ese tipo de condenas son estúpidas, juzgar mal a las personas porque tienen dinero también lo es.

Lo malo es que con ese chip tan bien plantado en nuestra cultura, aflorando elección tras elección, seremos una Colombia plagada de envidia, pobreza, políticos falsos con mucho Estado y pocas empresas, poco crecimiento, poco empleo, poquísimas oportunidades y un pequeño puñado de ricos vergonzantes.

Otros escritos por este autor: https://noapto.co/jose-valencia/

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