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No podemos ignorar la magnitud histórica de lo que acaba de ocurrir en Colombia. Después de décadas, siglos, de gobiernos de derecha, con algunos matices, el país ha elegido una opción de izquierda que desde lo ideológico rompe con esa larga tradición. Digo desde lo ideológico porque no creo que venga un cambio en las formas de gobernar pero sí en el énfasis de los programas del gobierno. He dejado claras las razones de mi preocupación con el liderazgo de Petro pero no por eso se puede minimizar la contundencia de su victoria. Petro logró combinar su adecuada interpretación del dolor de la nación con una alta dosis de pragmatismo en una campaña claramente vencedora.
Vivimos en una época de absoluta degradación política, no hay respeto por el que piensa distinto, no se diferencia entre las ideas y las personas, se planean y se ejecutan acciones para destruir a las personas y no para derrotar a sus argumentos, se pagan millones en la guerra sucia, se miente, se improvisa, se prometen imposibles, se manipula, se justifica.
No es un fenómeno exclusivo de Colombia, ni mucho menos. Tampoco empezó en estas elecciones y desafortunadamente no terminó ayer. Por esta razón es fundamental la forma en la que cada político y cada ciudadano reacciona ante esta realidad. Hay que recoger los pedazos que dejó este enfrentamiento.
Nosotros, los derrotados de siempre, tendremos que encontrar la forma moderna, actual, de transmitir las ideas, sin caer en el fango victorioso de la trampa ya descrita. Vendrán las reflexiones. Es importante estar dispuestos a apoyar y defender las cosas buenas que este cambio pueda traer, pero es igualmente importante, ser capaces de organizar mecanismos de veeduría y movilización que permitan visibilizar, enfrentar e impedir, iniciativas que puedan resultar dañinas para la instituciones, las empresas o las libertades. El reto es muy grande porque prácticamente ninguno de los perdedores tiene esa experiencia.
Pero más allá de eso, ni la vida ni la ciudadanía se agotan en una urna. Habrá que estudiar con juicio el país y proponer alternativas viables, creíbles y necesarias. Pero también hay que seguir siendo hijos, papás, esposos, vecinos, estudiantes, empleados, jefes. Esto significa qué hay que hacer un esfuerzo consciente para que el voto del 19 no rompa las relaciones ni los proyectos de vida, asumir que no siempre es fácil entender al diferente y que justamente en eso radica la riqueza de la diversidad: nos cuestiona, nos enseña, nos engrandece.
Estar a la altura del momento histórico del país implica esperar las señales que envíe el nuevo gobierno sin aumentar el pánico que muchos sectores están sintiendo. Entiendo la desazón de los que nunca han sido derrotados pero los invito a la crítica constructiva, a la oposición rigurosa y seria, a no caer en las practicas, algunas veces canallas, que tanto gobierno como oposición han mantenido durante años. Vendrán los nombramientos, las prioridades, las discusiones y es el deber de una ciudadanía vigilante mantenerse enterada y dispuesta a reaccionar, no desde el miedo sino desde el conocimiento. Ese, justamente, será mi compromiso.
No es la primera vez en la historia que hay alternancia en el poder. Espero que el Presidente electo tenga la sabiduría, la calma y el liderazgo para cuidar a Colombia.