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Estamos convergiendo hacia una sociedad que promueve la mediocridad y que, al tiempo, castiga y ridiculiza el esfuerzo. ¿En qué momento Colombia decidió ridiculizar al experto, o técnico, y le dio más relevancia al influenciador? Hoy muchas personas se burlan del término “tecnócrata”, a la vez que gradúan de oráculo al influencer. Nos aproximamos, al parecer con mayor decisión, a ser una sociedad de cabezas flotantes, donde la levedad de la opinión tiene más relevancia que el peso del argumento.
Estamos cayendo en la trampa de convertirnos en la sociedad del contenido, no del conocimiento. Pareciera que lo más importante, en especial para los más jóvenes, radica en alcanzar el reconocimiento y la validación permanente de completos extraños. Es una elección consciente (o quizá no tanto) de abandonar el contacto con lo esencial de la existencia por priorizar lo superficial. Pongámoslo así: un país en el que los jóvenes y adolescentes sueñan con ser influenciadores está más cerca de lanzarse al vacío de la irrelevancia y más lejos del progreso.
Solo basta con entrar a X o Instagram para darse cuenta de que hoy se valora más la apariencia que el rigor, que una opinión se comparte más que una verdad, que el mérito se pierde en el “te mereces todo”. ¿Para qué pensar si otros lo pueden hacer por mí? Esto, que suena a chiste, es algo que vemos todos los días. ¿Para qué escuchar y confiar en el experto, esa persona que lleva años o décadas estudiando un problema para intentar ofrecer soluciones (en ocasiones complejas o incompletas), si en lugar de eso puedo ver el reel de Fulanito o Fulanita donde me dice por qué no debo creer en esos geeks que te intentan engañar con teorías y fórmulas difíciles si la solución a los problemas es ‘súper sencilla’? No podemos permitir que la mediocridad se convierta en un estilo de vida.
Como lo introdujo Estanislao Zuleta en su famoso texto ‘Elogio de la dificultad’: “La pobreza de la imaginación nunca se manifiesta de una manera tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad. Entonces comenzamos a inventar paraísos, islas afortunadas, países de Cucaña. Una vida sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda de superación y sin muerte. Y por lo tanto también sin carencias y sin deseo; un océano de mermelada sagrada, una eternidad de aburrición.”
Es momento de aterrizar las cabezas, sacar el aire del ‘contenido’ y reemplazarlo con la solidez del conocimiento. Es momento de recordarles, y recordarnos, que la vida es compleja, que las soluciones fáciles siempre derivarán en difíciles. Es momento de decirles que una democracia, una sociedad y una vida están caracterizadas por la dificultad, y que está en cada uno entender esto. Es momento de volver a confiar en los expertos y de dudar de los charlatanes (¿ya se habrán enterado de que Bill Gates no implantaba microchips con las vacunas del Covid?). Es momento de transformar la levedad en peso, de no derrumbar el conocimiento por la diversión.
Este no puede convertirse en un país mediocre, donde la carcajada de la ignorancia importe más que la alegría del descubrimiento. Una cosa sí es clara: Colombia necesita más expertos y menos influencers.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/andres-jimenez/