Hace días me invitaron a la librería Pérgamo, en Ibagué, y ahora quiero que haya librerías y casas culturales como Pérgamo en todas partes.
El proyecto es precioso: después de que un socio tuvo la idea (porque cómo una ciudad como Ibagué, me dijo, no iba a tener una librería —cuando empezaron había una cristiana, una universitaria, una infantil y la Panamericana, pero no más), empezaron a sumar accionistas. Ellos lo dicen así: “En un proyecto innovador para el país, que esperamos se replique en otras ciudades, 187 personas altruistas se unieron para crear este espacio cultural que necesitábamos”.
Pero esa fue la cifra inicial, cuando empezaron en octubre de 2023. Ahora casi llegan a los 230 accionistas que se han sumado, es decir, que han comprado mínimo una acción. La Universidad de Ibagué y el Colegio San Bonifacio de las Lanzas son los principales accionistas, los que lideran.
Le pregunté a Gladys Meñaca, socia fundadora, qué ganan, y me respondió —lo pongo en mis palabras: por ahora nada, si la librería gana, todos ganamos, pero si pierde, todos perdemos. Todavía no han llegado al punto de equilibrio, pero se sostienen. “Por ahora no ganamos financieramente, pero estamos felices, disfrutando de un sitio maravilloso, haciendo amigos, compartiendo eventos literarios, dedicando tiempo y esfuerzo a sacar adelante un sueño”.
Y se sostienen porque trabajan mucho: realizan actividades como conversatorios con autores, conferencias, conciertos, talleres para niños, club de lectura. Próximamente harán una exposición de arte. La librería es una casa grande, con varios espacios incluidos café, estantes que van del suelo al techo, un segundo piso para libros de segunda, atrás un patio para las charlas.
He estado pensando en por qué me gustó tanto su modelo de funcionamiento, y es porque refleja algo que me parece fundamental en los proyectos culturales: que necesitan de una comunidad, del apoyo de muchos para que sean posibles.
La cultura es esencial cuando se quiere cambiar una sociedad, pero todavía seguimos pensando que no la necesitamos. Un libro no es una inversión, es un gasto. Como si la vida solo fuera medible con trabajo y no necesitara esas otras cosas que conlleva el arte: los aprendizajes, la sensación, la vida que trae, la confrontación sobre lo que somos.
Soy un disco rayado, quizá, pero el mejor ejemplo de que la importancia de la cultura nos lo dio la pandemia: el cine, la música, los libros, el pan de banano, el baile en solitario frente al televisor… fueron los únicos que nos acompañaron, que pudimos abrazar sin miedo entonces. Pero eso es cosa del pasado: si vamos a ir a teatro, ojalá sea gratis. Los artistas, tan bueno para ellos, no comen ni tienen casas.
Por eso Pérgamo me hizo pensar que los proyectos culturales son de todos, que la única manera que tienen de sobrevivir es si los apoyamos, si pensamos que no es un alguien trabajando por tener una librería o una casa cultural o un teatro o una pastelería o una biblioteca, prestando un servicio: es un todo.
Se necesita tanto quien lea los libros, como quien los venda, especialmente si son librerías que tienen la intención más allá de vender, y que ya hay varias en Medellín y en Bogotá y en el país. Se necesitan bibliotecas, tanto como lectores que vayan a habitarlas. Eso por dar el ejemplo en los libros, pero me refiero a proyectos culturales que valen la pena, y que se sostienen por las ganas de alguien y, porque al final, pese a que lo pasan mal muchas veces, la ganancia más importante no es monetaria: es social, es la emoción de encontrarse, de hacerlo posible.
Me gusta lo que dice Gladys —otra vez en mis palabras: si cada socio comprara un libro al mes, la librería funcionaría de maravilla.
Si apoyáramos más los proyectos culturales, funcionarían de maravilla, y habría cada vez más.
Si empezamos a aceptar —o a darle su lugar, sobre todo— que la cultura sí es parte indispensable de la vida (Ya no soy más que yo/para siempre y tú), que la necesitamos (ya no serás para mí/ más que tú. Ya no estás), que somos parte de ella (en un día futuro/ no sabré dónde vives/con quién), que es la vida misma (ni si te acuerdas), la ponemos en las prioridades (no me abrazarás nunca/como esa noche/nunca) y entendemos, por fin, que ese poema de Idea Vilariño (No volverá a tocarte) nos dio un golpe porque nos recordó que seguimos vivos (No te veré morir).
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/monica-quintero/