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Para escuchar leyendo: El hijo ausente, Pastor López
Para esta última columna del 2024, quise invitar a las personas a proponer temas y a construir juntos una suerte de opinión compartida. Gracias a todos los que participaron.
Entre las respuestas que me allegaron, una se repitió con curiosa frecuencia: hablar sobre aquellos que están lejos de la patria en estas fechas especiales.
Dentro del amplísimo repertorio tradicional de la música decembrina que cada colombiano nace escuchando, uno de los clásicos es El hijo ausente de Pastor López y su combo. En ella, el cantante les propone a los comensales que brinden por quien no está y que rueguen para que pueda estar el año que viene. Por las realidades propias de nuestra Colombia, esa canción es un himno de aquellos millones de compatriotas que construyen destino en tierras ajenas.
Por mucha brega que se le haga, el sentimiento siempre sabe hacerse fuerte en estos meses para abrazar la nostalgia, la reflexión y hasta la tristeza. Porque sí, porque el sentimiento humano es así, porque siempre en las alegrías se da mañana la pena para hacerse espacio. Porque cuando se busca la unidad siempre importa el que se quedó por fuera, porque cuando estamos juntos es cuando más extrañamos a los pocos que no llegaron.
Esta no es una columna de opinión para quejarme o para proponer, esta es una suerte de abrazo en la lejanía para aquellos que están lejos; para aquellos que en medio del frío o del clima extraño saben organizarse para prender velas, para fritar buñuelos, para negarse a abrir regalos en la madrugada del 25 y prefieren trasnochar hasta ver morir el 24 para hacerlo.
Es un mensaje de compañía porque sé bien que conservar esas tradiciones es abrazar las raíces, porque escuchar a Rodolfo Aicardi y a Gustavo El Loco Quintero es volver a ver a la tías bailando alrededor del árbol, porque el buñuelo y la natilla huelen a lo que olía la cocina de la abuela, porque las hojuelas en estas fechas saben a lo que debe saber la infancia. Porque la navidad es ese momento en que el niño vuelve a habitarnos, y casi siempre ese niño sigue viviendo en Colombia y no se ha ido del todo de esta Patria del Dios paciente.
Ánimo paisanos, ojalá y el otro año estén presentes.
Por cierto, y a propósito de que esta sea la última columna de este año, quisiera abrazar también a todos ustedes, quienes me acompañaron en estos soliloquios durante estos meses. Dios les pague, espero que nos sigamos leyendo, espero que les haya gustado.
Ánimo.
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