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Daniel Palacio

Brexit o la desintegración como insulto a los socios

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"Eso es lo que está en juego. Un mercado de 27 países que no quiere permitir a un oportunista Reino Unido competir con los mismos beneficios de los demás, pero sin los mismos deberes."

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Empecemos denunciando la gran mentira Tory en el proyecto Leave: salir de la Unión Europea para ser más competitivos. Para hacer una Gran Bretaña global.

Pero salir de un bloque económico no puede generar más resultados que una disminución del comercio o un aumento de la fricción comercial. La integración genera más comercio; y la desintegración, menos. Es una ley de la naturaleza: dejar un bloque económico no te hace más global.

Expliquémoslo mejor.

En la Unión Europea existen varios grados de integración económica, y Reino Unido hacía parte de casi todos. Primero está la zona de libre comercio, en la cual las mercancías pueden cruzar fronteras nacionales sin pagar aranceles. Sigue la unión aduanera, donde los países firmantes acuerdan dar el mismo tratamiento a los no firmantes (como la UE es una unión aduanera, entonces para un no firmante como Colombia existen las mismas barreras comerciales para exportar a España, Francia, o cualquier otro país de la unión). Un nivel más elevado de integración es el mercado común, donde el capital y el trabajo pueden moverse libremente, es decir, trabajadores y capitales pueden circular sin problemas. Por último, la UE también tiene una unión monetaria, la zona euro, de la cual Reino Unido no hace parte. 

Cuando Reino Unido sale de la UE, se sale de todos los niveles de integración: sale del área de libre comercio, de la unión aduanera, y del mercado común. Esto quiere decir que pierde todos los beneficios para que las mercancías y los servicios circulen sin pagar aranceles, que para exportar a Reino Unido hay reglas especiales diferentes a las de los otros 27 países, lo que destruye el comercio, pues para muchos no es rentable adoptar las reglas comerciales británicas si el volumen negociado es pequeño, y los trabajadores ya no pueden migrar entre la Unión y la isla (esto era lo que querían), pero la contraparte es que los capitales tampoco pueden hacerlo, lo cual es fatal para los británicos, que viven en una isla-banco.

Aún peor, el divorcio con la unión obligó (y sigue obligando) a revisar TODA la relación bilateral, echando a la basura cinco décadas de trabajo diplomático en áreas tan diversas como el comercio de materias primas, manufacturas, medidas fitosanitarias, migración, cuotas pesqueras, reglas de seguridad para diferentes productos, regulaciones ambientales… luego dicen los brexiteers que negociarán “rápidamente” otros tratados de libre comercio. Pero no hay mayor mentira que esa: no existe nada parecido a un tratado de libre comercio rápido.

La revisión sistemática de un entramado tan complejo como los vínculos entre europeos e ingleses es un absurdo, una tarea que se impone sin ninguna justificación, y que derrocha tiempo, energía, y sobre todo, buena voluntad (sacar a Reino Unido de la UE es “como sacar a un huevo de un omelette”, sentenció Pascal Lamy, antiguo director de la Organización Mundial del Comercio). Lo que se revela no es un deseo de escapar de reglas abusivas, sino una abdicación de la responsabilidad que conlleva ser vecinos y socios.

Y todavía no hemos hablado de Irlanda.

Este asunto es muy espinoso. Irlanda del Norte hace parte de Reino Unido. Pero se encuentra en la isla de Irlanda, limitando con la República de Irlanda, otro estado que también hace parte de la UE. Cuando Reino Unido vota el Brexit, la frontera entre ambas Irlandas se vuelve entonces frontera física con el mercado comunitario, y como Reino Unido deja el mercado común, hay que hacer controles aduaneros a las mercancías que de Irlanda del Norte ingresan en la República de Irlanda.

Sin embargo, hace unas dos décadas, gracias al Acuerdo de Viernes Santo, se acordó que en esa Frontera ya no habría controles “duros”. Décadas de confrontación entre católicos y protestantes, partidarios los unos de reunificarse con la hermana república, mientras los otros anhelaban la permanencia en Reino Unido, suscitaron amargos conflictos..

Finalmente se firma la paz y ambas sociedades, en gran gesto que permitió a las generaciones más jóvenes de irlandeses olvidar lo que es el conflicto religioso y político, tumbaron los muros, los alambrados y las torres con ametralladoras, quitaron los controles con hombres armados e hicieron, en la práctica, una isla sin fronteras interiores.

Es una enorme tragedia que Irlanda del Norte votó en contra del Brexit, pero que igual este haya pasado y la población tenga que levantar barreras donde hace no mucho fueron derribadas.

Johnson culpará a la UE hasta el final, y le conviene. Para que la UE levante los controles aduaneros, los británicos tienen que aceptar toda una serie de regulaciones europeas, para así garantizar que las mercancías que entran a la República de Irlanda cumplan con los estándares europeos, y garantizar la integridad del mercado comunitario. Para el ala más intransigente de su partido, esto es una capitulación frente a Bruselas y rechazan aceptar las reglas de la UE (no importa que Noruega y otros países lo hagan, además de contribuir al presupuesto europeo, y sin tener voz dentro de las decisiones de la UE).

Eso es lo que está en juego. Un mercado de 27 países que no quiere permitir a un oportunista Reino Unido competir con los mismos beneficios de los demás, pero sin los mismos deberes. Y tanto europeos como británicos han perdido, revisando durante años la filigrana de lo que ya se había pactado hace décadas, a la vez que el cambio climático, la pandemia, las migraciones masivas y las intromisiones de Rusia están al orden del día.

Brexit, fantástico medio de perder el tiempo propio y de los socios. 

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