Breve desahogo

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El ejercicio de escribir semanalmente me ha parecido liberador, retador, complejo. Algunas veces faltan ideas o emociones, en otras sobran palabras y sentimientos. En algunas oportunidades basta con empezar a teclear para que la inspiración, la indignación, el dolor o la alegría, fluyan organizadamente. En otras, es bastante complejo darle un orden a los pensamientos. Esta semana es una de esas en las que no fácil puntualizar un texto porque son demasiadas la cosas que se me vienen a la cabeza. Decido tocar varios temas sin que necesariamente exista un hilo conductor.

Veo lo qué pasa en el país político, por ejemplo. Sigo sintiendo lo mismo que la última vez que hablé del gobierno de Petro: incertidumbre que paraliza. Sigue siendo pronto para dar por definitivo cualquier rasgo inicial del comportamiento del gobierno pero hay situaciones que no se pueden ignorar. Las contradicciones entre pronunciamientos y la falta de una metodología seria, hacen que, aunque el presidente repita sus grandes posiciones ideológicas, no haya claridad de eso cómo se vuelve realidad. Eso tiene a una parte del país en stand by.

Están pasando cosas que nunca veíamos y otras que son pan de cada día en los gobiernos tradicionales. No veíamos el mercado reaccionar tan contundentemente a las palabras del gobierno, aunque siento que veremos unos días de algo de calma económica. Sin embargo, algunas de las novedades que trae este mandato resultan extraordinarias, es muy importante la visibilidad que están teniendo los sectores sociales ignorados de siempre , no veíamos una diversidad que permitiera realmente sentir a todo el país representado. Por el otro lado, estamos acostumbrados a la mermelada y a ver nombramientos de personas históricamente cuestionadas, es tristemente normal que los clanes políticos más corruptos hagan parte de los gobiernos.

Tenemos también la situación de Medellín. Desigualdad, hambre, desnutrición infantil, tensión, agresividad, violencia verbal permanente. No me refiero solo al gobierno de Quintero pero por supuesto que ha llevado el deterioro a un nuevo nivel. Ver al alcalde y su combo vivir violentando a todos los contradictores mientras miles de personas la están pasando realmente mal es un golpe a la moral colectiva. Su mezquindad, sumada a otros factores, tienen a la gente aguantando horas de tensión en el metro, al mismo tiempo en que el invierno no da tregua y los desastres naturales golpean fatalmente a los más pobres. Pareciera que en la pelea hemos perdido la capacidad de debatir y, lo que es más grave, de soñar. Es como si ya nada nos uniera, como si tuviéramos una gran venda en los ojos que a algunos no les permite ver la profundidad histórica de algunos de estos problemas, y a otros los tiene engañados con la idea de que basta cambiar al alcalde para resolverlos todos.

En medio de todo esto, se viene la fiesta futbolera más grande del planeta. Por fin otra vez es temporada de mundial y como si faltara morbo, veremos a un Ronaldo herido, maltratado, con sed de venganza. A un Messi intratable buscando profundizar su inmortalidad, a Francia y Brasil con equipos superiores, a España e Inglaterra como incógnitas y a varios candidatos a ser la sorpresa que siempre aparece. Pero la fiesta se ensució y la pelota se manchó. Ya no solo estamos hablando de la típica corrupción de la FIFA, sino de la violación de los derechos humanos en Qatar que reducen la vida al terror y la obediencia y que dejaron un número incierto de trabajadores muertos en el proceso de construcción de los estadios. Fiesta amarga.

Así van pasando las semanas en medio del caos en el que nos hemos convertido. Dejo aquí estos temas como una especie de desahogo, como un ejercicio libre y desordenado cuando simplemente hay que dejar salir las ideas.

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