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Sueño con la alcaldía de Bogotá incluso desde antes de que mi hermana me regalara un libro con una dedicatoria, escrita a mano, que decía entre otras cosas: “para el que será el mejor alcalde de nuestra amada Bogotá en unos cuantos años”. De eso ya casi diez años y francamente no sé si ahora estoy más cerca o más lejos que entonces; sin embargo, recuerdo esa frase cada que sale la encuesta de Invamer sobre favorabilidad de alcaldes. ¿El mejor alcalde? ¿según quién?
Ya es casi regla general que a los alcaldes de Bogotá les vaya mal en la opinión pública, incluso mucho peor que a los de las otras ciudades, con excepción de la segunda de Mockus y la de Garzón. Luego llegó Samuel Moreno y destruyó la confianza de la ciudadanía. Luego vinieron Petro y Peñalosa y ninguno de los dos logró superar el 50% de aprobación.
Sin embargo, durante los primeros meses de 2020, Claudia López parecía romper por fin la mala racha: en febrero marcó un 67% y un par de meses después, durante las primeras cuarentenas, llegó al máximo histórico de 89%. Por primera vez una persona elegida por voto popular, como alcalde de Bogotá, superaba en aprobación a las de las otras ciudades de la medición. La expectativa era enorme. Sin embargo, tres años después registra una desaprobación del 60%, a duras penas superada por el desastroso alcalde de Cali. Al parecer la estrategia publicitaria no ha funcionado, como tampoco, por fortuna, la mala costumbre de lavarse las manos y culpar siempre a un tercero.
¿Podrá Claudia López revertir la tendencia? ¿podrá recuperar los números de los primeros meses de su gobierno? Es poco probable. Ojalá, por el bien de la ciudad, pero lo dudo. ¿podrá el próximo alcalde lograr la aprobación, siquiera de la mitad de la opinión pública?
Dentro de un año, por esta época, conoceremos los resultados de las elecciones a la alcaldía de Bogotá, pero no es muy seguro que sepamos con claridad quién será el alcalde. Hace un par de años, una reforma constitucional, que solo aplica para el Distrito Capital, estableció la segunda vuelta en caso de que quien gane no logre más del 40% de los votos y el 10% de ventaja sobre el segundo. Así que es muy probable que dentro de un año la baraja de candidaturas se haya reducido a dos. ¿podrá el embeleco de la segunda vuelta traducirse en una mayor aprobación para el alcalde? ¿podremos volver a sentirnos orgullosos de la persona que gobierna la ciudad nuevamente?
Este es un problema político y no es un asunto menor. Necesitamos un alcalde que lidere, que convoque y que inspire. Que rompa con la tradición de alcaldes pendencieros que hemos tenido que padecer. A pesar de las cosas buenas de muchos de ellos, lamentablemente se han distraído peleando con sus predecesores, con el gobierno nacional, con la policía, con los jueces, con el Concejo, etc. Al parecer han creído, de manera equivocada, evidentemente, que de esa manera logran salir bien librados de la misión imposible de gobernar la ciudad. Y no. No los elegimos para que saquen excusas.
Como cada cuatro años, ya se escuchan las voces de quienes piden un “gerente”. “No necesitamos un político sino un gerente” dicen. Seguramente son los mismos que aplauden a esos concursantes de reality de televisión que dicen “yo vine a ganar y no a hacer amigos” (desconozco si aún lo dicen). Seguramente yo mismo, en el pasado, he pedido un gerente. Mea culpa.
Partamos de un elemento fundamental: Todo alcalde es un político. Su función no es solo la de cuadrar caja e inaugurar obras. Un alcalde no solo administra. Un alcalde gobierna, para sus votantes y para la ciudadanía en general. Esto, en una ciudad tan heterogénea como Bogotá, construida con el esfuerzo de varias generaciones de migrantes nacionales y extranjeros, supone un esfuerzo aún mayor de liderazgo: necesitamos obras, pero también necesitamos reconstruir un sentido como sociedad.
Candidatos: no se trata solo de ganar las elecciones o de ejecutar un presupuesto. En Bogotá necesitamos, hace rato, un gobierno que entienda la importancia de construir acuerdos y sobre todo CONFIANZA. Aquí es donde los defensores del fundamentalismo tecnocrático (sic) se rasgan las vestiduras. Para ellos, el resultado es lo único que importa (Recuerde: vinimos a ganar, no a hacer amigos). Se olvidan de que no se gobierna para una tabla de excel sino para una sociedad y en ese sentido la palabra clave es LEGITIMIDAD. No quiero resignarme a tener alcaldes impopulares pero eficientes. ¿Por qué nos toca escoger entre una cosa o la otra? ¿por qué en Bogotá no podemos pedir el combo completo?
Necesitamos un alcalde que no confunda “ganar elecciones” con “imponer” o “hacer lo que me da la gana” ni mucho menos con “engañar al elector”: son buenos prometiendo el oro y el moro en campaña y cuando gobiernan incumplen y decepcionan a sus electores y a la ciudadanía en general. Le están haciendo mucho daño a la política aquellos figurines irresponsables y sus redes sociales.
Necesitamos un alcalde serio, responsable y, sobre todo, que respete genuinamente a la gente. Que deje de pelear con el pasado y reconozca lo bueno de sus antecesores. Bogotá necesita mirarse al espejo con orgullo, no para ignorar sus problemas, sino para darse cuenta de que ha superado muchos en el pasado. Ojalá los candidatos asuman esta contienda con altura y que el próximo alcalde rompa con la mala racha y sea el primero de muchos de una nueva etapa de la ciudad. Necesitamos alcaldes que quieran ser los mejores de la historia y no presidentes en el 2030.