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Si queremos que la democracia prevalezca como nuestra forma de gobierno, los colombianos debemos ‘aflojar’ la rigidez de nuestras opiniones. La obcecación por querer tener la razón ha llevado a América Latina ser la región donde más ha aumentado la polarización en los últimos 20 años, como lo confirma el Informe de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Para ser menos absolutistas debemos contemplar lo falible de nuestros juicios. “La gente olvidará lo que dijiste, olvidará lo que hiciste, pero nunca olvidará cómo la hiciste sentir” dijo Maya Angelou.
Para resolver el problema de la polarización debemos resolver el problema del desprecio, el cual definen los científicos sociales como una mezcla entre rabia y disgusto. Esto es de vital importancia en un mundo en el que la desinformación se ha convertido en el principal riesgo a combatir, de acuerdo con el Informe de Riesgos Globales del Foro Económico Mundial. Este es un problema de todos. Si simplemente despreciamos las posiciones contrarias nos veremos, irremediablemente, en la posición de ser gobernados por líderes polarizantes.
Uno no tiene que cambiar su posición política, ni mucho menos. Cada uno de nosotros tiene una visión propia de lo que sería un mundo mejor. Eso es positivo. Lo que sí deberíamos cambiar es nuestro sesgo de atribución y dejar de pensar que la forma como percibimos el mundo tiene unos valores morales superiores, mientras que los demás lo que quieren es acabar con todo. No es algo sencillo de lograr. Por ejemplo: en 1960, sólo el 5 por ciento de los estadounidenses afirmaban que les disgustaría que su hijo se casara con alguien de otro partido político. En 2010, esa cifra era del 40 por ciento. Hoy el porcentaje debe ser mayor, sin duda.
Me inquieta sentir que cada día tenemos un tema menos del que se puede hablar en la mesa. Anteriormente decíamos que no se hablaba de política ni de religión. Ahora parece no ser posible hablar de economía, ciencia, salud, pensiones, fútbol, sexualidad, entre otros temas que forman parte frecuente de nuestro paso por el mundo. Ante la creciente incapacidad de no polarizarnos con casi cualquier tema, será muy complejo emplear mejoras en materia de reformas y políticas públicas que contribuyan al lento, pero sostenido desarrollo como nación. El debate binario, basado en argumentos ad hominem, le hace mucho mal a nuestro país. Así lo hemos visto en los últimos días en las redes sociales, donde líderes de opinión atacan más a las personas que a sus argumentos.
Y ese es otro problema. Cuando las personas que ejercen influencia en el país actúan insufladas por la indignación y la rabia, nos envuelven en una narrativa destructiva. Conscientes de lo sencillo que es engañar a las personas, que para hacerlo solo hace falta generarles una emoción, no dimensionan la afectación de largo plazo que nos crean como sociedad. El precio de su influencia es altísimo y lo pagamos todos.
Por eso el título de esta columna. Deberíamos querer más a nuestros ‘enemigos’, a esas personas que tienen una visión asimétrica de nuestra sociedad ideal, contemplar más la imperfección que supone el trabajo articulado, donde los proyectos se conciben integrando elementos de distintas orillas de pensamiento. Es posible, y hasta probable, que los resultados llegaran a tardarse un poco más, pero estoy convencido de que en el largo plazo pueden ser mejores. Una sociedad polarizada difícilmente avanza, aún cuando sus extremos piensen que tienen la razón.
Thomas Jefferson dijo “nunca consideré una diferencia de opinión en política, en religión, en filosofía, como motivo para separarme de un amigo”. Como es habitual, el pasado ya tiene las respuestas que buscamos para el futuro.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/andres-jimenez/