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Desconcertado, abrumado, aburrido, todas palabras para describir como me he sentido los últimos meses. He escrito poco porque siento que tengo poco que aportar o que lo que pueda decir no cambiará absolutamente nada en el momento agobiante que viven Colombia y el mundo.

Me he refugiado en una especie de ignorancia deliberada. De un momento a otro me encuentro apagando noticieros, ignorando publicaciones con información, omitiendo debates que considero un desgaste porque, nuevamente, poco aportan y nada cambian. Aún así es imposible extraerse totalmente de la locura genocida en Gaza con sus niños desnutridos y su madres desgarradas de dolor, con la hambruna desesperada que se responde a balazos con el silencio cómplice e interesado del resto del mundo.

Fui educado entre teorías sobre los derechos humanos y el derecho internacional humanitario, participé de grupos de investigación y de concursos nacionales al respecto; y aunque esté llegando a los 40, no deja de dolerme cada vez que constato la diferencia hipócrita entre la financiación de esos cursos que hacen las potencias y sus incontables invasiones, atropellos y abusos a través (o no) de sus aliados. No es que sea nuevo, es que sigue doliendo.

Pero no es solo el dolor, es también la incertidumbre y la rabia de lo que pasa en Colombia. La torpeza de todos en medio de un juego desgastante y fastidioso. El fracaso resonante del gobierno nacional en prácticamente todos los temas posibles: la baja ejecución, los proyectos enredados en el congreso, el orden público deteriorado, el gabinete de activistas inexpertos, el enorme riesgo de Ecopetrol, la salud desfinanciada, la mezquindad de no terminar unas obras que superan el 90%, los escándalos de corrupción, etc.

La respuesta es más incertidumbre y confrontación bajo la sombra que se cierne sobre Colombia: la constituyente. Petro lleva al país al insulto y la confrontación, lo único en lo que parece ser bueno. Todos los que no le seguimos sus bobadas somos ahora paramilitares mientras insiste en convocar “al pueblo” por fuera de la normatividad que ese mismo pueblo definió en 1991. Pretende pavimentar el camino para violar la ley invocando el poder de un pueblo que lo respalda minoritariamente según todas las encuestas. El riesgo es grande y el daño aún más. El Presidente está mucho más preocupado por no perder el poder que por hacer algo con el que ya tiene.

Así pues, entre el dolor, la incertidumbre y el ruido de las trincheras me cuesta encontrar algo que aporte valor al debate o que construya futuro. Me quedo viendo pasar lo que pasa, sin ánimos de nada que tenga que ver con generar más ruido o con hablarle a sordos.

Y sin embargo, aquí estoy escribiendo solo para decir que estoy enfermo del mundo.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-mesa/

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