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«La mirada vaga alrededor, como la de un cazador. Con ello se pierde cualquier punto de referencia sobresaliente ante nosotros, en el que poder detener la mirada. Todo está aplanado y sometido a necesidades cortoplacistas.»

Byung Chul Han

Ahondar en el instante parecería una contradicción semántica. El instante como el ahora, el ya inmediato, no sería susceptible de ser ahondado, profundizado, tenido en cuenta. La hiperactividad comunicativa de la era digital nos lo impide. La instancia tiene relación con insistir, permanecer o continuar en algo, para lo que no tenemos tiempo.

El sometimiento a grandes cantidades de información no nos ha dado más conocimiento sobre el mundo, sino todo lo contrario: conocer se nos dificulta en un mundo en el que no hay tiempo suficiente para prestar atención porque la obligación de consumo nos necesita activos en el proceso de obsolescencia de la información. Somos seres sin foco.

La vida del individuo psicopolítico tiene prisa y, como hemos sostenido anteriormente, no cuenta con el silencio ni la demora, bases fundamentales para la pausa y el sosiego de la atención. En la aceleración constante se pierde la posibilidad de concentración, la vuelta al centro, tan necesaria para llegar al núcleo de los hechos. Volver al centro es imposible en una sociedad que dispara datos hacia afuera de la raíz de las cosas con la intención de que estas pierdan toda fuerza conceptual. De lo que se trata es de hacer difusa la búsqueda de la verdad.

Somos seres obligados a decir, ver, opinar, aprobar o desaprobar. Nuestro día a día se ha vuelto una elección constante de opciones que no comunican nada, no cuentan ninguna historia, porque su condición efímera sólo busca que con nuestra interacción se libere la información suficiente para diseñar el nuevo señuelo. Nos pescan y nosotros señalamos el camino más eficiente.

Esta obligación de actuar de alguna forma dentro de las necesidades de la era digital nos desvía de la atención, para la que son necesarios los conceptos, la demora y el silencio. No se puede prestar atención a muchas cosas a la vez, por eso el multitasking es una forma de acción psicopolítica que permite la eficacia en varias acciones sin que sea claro el sentido de lo que se hace.

La atención es una forma de ser y estar en relación con lo otro en la que nos desnudamos ante la posibilidad de que eso otro rompa nuestras predeterminaciones, nuestros prejuicios. Es la capacidad de abrirse a lo que se le oculta al yo a causa de su ego y ver en la alteridad nuevas interpretaciones.

La atención requiere de un tiempo que no tiene principio ni fin; un tiempo que es un camino demarcado sólo por la relación entre el yo y lo otro atendido, que dura lo necesario para que el yo y el otro dejen de mirarse de forma binaria y se entrelacen en una nueva forma de interacción que sólo tiene sentido entre ambos. La atención tiene puentes.

Attentio significa extenderse hacia. Podríamos decir que esa extensión implica que lo que va hacia lo otro esté bien definido para que aporte en la relación dual. Por eso para prestar atención no basta sólo con mirar o ahondar en lo que se observa, o se percibe con algún sentido, sino haberse atendido a sí mismo.

Podemos atender porque somos base de reposo firme para lo otro, porque nos hemos prestado atención. Lo que está fuera de nosotros puede ser atendido si contamos con la claridad conceptual y la fuerza del espíritu suficiente para que su significado impregne de sentido lo que buscamos. Lo que atendemos debe sentirse atendido.

Pareciera que estamos perdiendo la capacidad de tener la mirada de manera horizontal, ni qué decir de la de observar alrededor. Nuestra mirada está dirigida hacia abajo y delimitada por un rectángulo que se mide en pulgadas. Nuestro tiempo se va en poner los ojos en una pantalla en la que se han condensado dos formas de control: la inmediatez y la emocionalidad, lo que nos ha llevado a un profundo desprecio por la historia, por la narración, entendida como el ejercicio de comprensión de hechos en una cadena de sucesos que dan sentido a lo que ocurre.

No soportamos lo que dura y se nos ha vuelto difícil estar quietos en un mismo lugar. Presenciar el inicio, el desarrollo y el final de una historia, más si ésta no echa mano de la emocionalidad pornográfica característica de la era digital, es casi imposible.

Necesitamos que nos respondan todas las preguntas; no tenemos tiempo para hacerlas ni para responderlas nosotros mismos. Somos presas de lo que nos dicen porque renunciamos a contrastar, a hilar hechos que le den sentido a lo que ocurre. Sufrimos de una hiperactividad constante que nos empuja a querer saber todo ya, tener todo ya, pero nos impide recorrer la temporalidad de la maduración de las situaciones que vivimos.

La libertad requiere concentración y persistencia. No puede ser definida ni menos reivindicada si su camino se ve interrumpido constantemente por cantos de sirena que nos la quieren mostrar como lo que no es: consumo inmediato, vulneración de nuestra privacidad, impulsividad en el decir, reacción continua.

Prestar atención implica pausa y, sobre todo, lejanía. Lejanía como perspectiva y como retiro, para que la sobreexposición de información y la reconceptualización de los significados de las palabras, que le dan sentido al individuo y a la posibilidad de acciones colectivas, no estén sometidas a las lógicas del mercado. Prestar atención nos podría señalar las grietas por donde podríamos ser libres.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/daniel-yepes-naranjo/

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