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Arreglemos esto como gente civilizada… a tiros

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Colombia es tierra fértil en intolerantes. Lo sabemos de sobra. Solo en el primer semestre de 2023 hubo 1.247 muertes ocasionadas por desacuerdos —pequeños o grandes— que terminaron en velorio. Tanta gente como se necesita para llenar los seis vagones del Metro de Medellín.

Aun así, hay quienes —ante un par de videos viralizados de robos en donde nunca creyeron que robarían a mano armada, pistoleros dentro de su burbuja— desean que resolvamos la cosa como en las películas de Sergio Leone: disparando. Arreglemos esto como gente civilizada… a tiros, se dirán.

El argumento sobre el que sostienen su petición para que a nadie —que a nadie de ellos, claro, porque se definen a sí mismos como los buenos— se le niegue su Beretta, su Córdova Estándar, su Glock. Es que así viviríamos más seguros. ¡¿Cómo no va a ser más tranquilo un país, una ciudad, un barrio donde robar implique el riesgo de terminar perforado por proyectiles?!, se preguntan para afirmar su postura. Pffff.

La idea no es nueva, como casi ninguna. Cada cierto tiempo vuelve a revivir el debate sobre la necesidad —dicen ellos— de armarse para “protegerse” de los criminales. Y es una mala idea. Hay estudios que corroboran, uno tras otro, que en las sociedades cuyos miembros van armados, hay más muertos. Y no son precisamente los que estos remedos de Wyatt Earp modernos denominan “los malos”. Allí donde pululan pistolas y revólveres (por no decir ya armas de asalto) hay más casos de femicidios, suicidios y accidentes con armas de fuego. Y estoy obviando a propósito las masacres que tan bien recoge Paul Auster en su ensayo Un país bañado en sangre.

Pero es que en Colombia, que ha sido un país violento desde sus orígenes y donde la desconfianza, la intolerancia y el miedo se han vuelto un lugar común, es todavía peor idea.

Aquí, donde corrió como rápido y sin mesura el mensaje “¡Se están metiendo al conjunto de al lado!” y los vecinos se armaron con palos y piedras para defenderse de un enemigo que nunca existió; aquí, donde pedirle al vecino que le baje un poco al volumen de la música es un deporte de alto riesgo; aquí, donde un roce de latas en la vía convierte la calle en ring de boxeo; aquí, digo, ¿se imaginan la cantidad de gatilleros dispuestos a quedarse con su punto esgrimiendo como argumentos el poder de la pólvora y el plomo?

Yo sí.

Por supuesto que armarnos es la peor de las ideas.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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