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“A través de la contemplación, el alma escapa de la cárcel del cuerpo.”

Jardinosofía. Santiago Beruete.

En una cabaña rodeada de bosque tuve un acercamiento fascinante a una pareja de barranqueros, esos pájaros a los que también llaman bellamente soledades. Desde niña he visto a estas aves de plumaje verde esmeralda, corona azul rey y ojos rojos, y de cierta forma me he acostumbrado a su belleza en encuentros efímeros desde la distancia. Esta vez fue distinto: el primer día llegó una pareja hasta el plátano que pusimos en el balcón, estuvo yendo y viniendo, y después cada mañana antes de abrir los ojos oíamos sus sonidos de llegada justo antes del alba.

Salíamos a recibirlas y no se alejaban, sino que parecían saber que podían esperar tranquilas a que pusiéramos más plátano. Las mirábamos y nos miraban, concentradas, regalándonos su tiempo y su belleza, como si nos examinaran también. Vimos mucho más allá de sus colores y formas: aprendimos que recogen cada pedacito de plátano que se les cae, que sacuden la cáscara al final para desprender los restos y poderlos aprovechar, que hacen sonidos muy particulares en situaciones distintas y para llamarse entre ellas cuando una de las dos llega primero (leímos que tienen parejas estables), que mueven su cola larga y preciosa a lado y lado, como un péndulo, en momentos muy puntuales también (leímos que para ahuyentar a otros animales), que les fascina mirarse al espejo (entraron a la cabaña y se quedaron horas contemplando su imagen en el baño, quietas, sin el más mínimo afán). Aprendimos a saborear su lentitud: todo lo hacen despacio y su belleza estalla.

La vida cambia cuando se aprende a contemplar. En una sociedad que nos enseña a mirarnos el ombligo desde que nacemos, que nos dice desde la educación más básica que el hombre es el centro del mundo, el ser superior alrededor del cual gira lo demás, siempre al servicio de su afán, observar detenidamente otras formas de vida es descubrir el universo, entender de qué se habla cuando se habla de belleza, de lentitud, y conmoverse.

También, recientemente, una pareja de zorritos se ha acercado a nuestra casa: antes solo pasaban, pero ahora se recuestan a descansar y nos miran de frente. En qué momento dejamos de ser conscientes de que las distintas formas de vida también nos observan y que su curiosidad es la más pura forma de asombro y de belleza, una puerta única para sabernos apenas una gota de un mar de diversidad descomunal del que solo podemos nutrirnos. Es la puerta para maravillarnos y reconocernos humildes, y debería ser la base para respetar y amar.

Hay que pensar en las demás formas de vida en cada contexto. Dijo la escritora palestina Adania Shibli que “en mitad de Gaza hay un valle por el que pasan las aves migratorias. ¿Con toda esta destrucción cómo van a encontrar sus árboles, sus casas? Llevo desde niña escuchando a los oficiales israelíes que van a hacer el desierto florecer, pero lo que he visto es cómo destruyen los olivos y los almendros de los palestinos. La naturaleza se convierte en enemiga”. Eso sucede cuando nos miramos el ombligo. Pero cuando contemplamos, algo se mueve dentro y se hace imposible atentar contra la red de belleza que teje y sostiene la vida. El ser humano que contempla aprende a ver. Y cuando ve cambia.

Leía en Jardinosofía, de Santiago Beruete, sobre la geometría en la naturaleza y sobre cómo “nuestro sentido estético deriva de la naturaleza y la creación emula los procesos naturales”, y en ese instante llegó a mi lado un cucarroncito lleno de figuras totalmente simétricas. Cuando uno se abre a observar, cuando uno quiere saber, entender, expandirse, el universo le entrega pruebas alucinantes de casi todo, dibuja en lugares en los que uno creía que no se podía dibujar y entonces uno los aprende a ver y se maravilla y quiere seguir sabiendo para que el universo le siga hablando, para entablar conversaciones improbables, que no suenan y en lenguajes que otros no entienden, y ahí es cuando otros hablan de los locos, pero son ellos los que no han entendido nada.

Solo a los ojos de quien contempla, la soledad mira profunda y bellamente.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/

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