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No Apto y mi experiencia de estudiar en Edimburgo son vivencias paralelas, que se complementan mutuamente y que me han servido para descubrir quién soy, qué quiero hacer, y cuál es mi propósito. La columna en este medio empecé a escribirla en octubre de 2021 y mi universidad en septiembre del mismo año.

Por esa proximidad, y el que mis columnas inspiren mis estudios- y mis estudios mis columnas- he retratado en este espacio el cambio de pensamiento y de paradigmas característico de alguien en la universidad; y, por supuesto, también es una representación tangible, casi de catálogo, de cómo mi escritura ha mejorado durante los casi tres años que llevo escribiendo aquí.

Hoy escribo esto a más de 10 mil pies de altura, rumbo a la ciudad gótica, medieval, fría, sombría y espectacular que, como No Apto, me acogió hace tres años. Al ver las curvas de las montañas paisas, la cintura de los Andes y el valle en el que nací, no puedo evitar preguntarme por qué le tenemos tan poca fe a nuestro país.

Desde el primer momento en que me fui para Edimburgo, familiares y amigos les advirtieron a mis padres que ya me habían perdido, que me quedaría viviendo en el exterior. Y como una paradoja divina, yo sabía que me devolvería a mi tierra luego de la graduación, que es en julio del próximo año.

Desde el primer instante, aunque Edimburgo me enamoró, supe que en Colombia yacían mis aspiraciones tanto profesionales como personales. Y este auge por volver a la patria no es solo mío. Cada vez veo a más personas que, luego de estudiar, se devuelven queriendo entregarle a Colombia lo que ella quisiera entregarles a todos.

Yo me devolveré con la firme convicción de que las cosas sí pueden ser diferentes. Algunos dirán que es una utopía ilusa, que a mis veintiún años no tengo idea del mundo laboral, ni del estado del periodismo en nuestro país, ni de las realidades que se viven en un país sub-desarrollado y pobre con un gobierno corrupto.

Y quienes digan esto tienen absolutamente toda la razón, pues todavía tengo mucho por aprender. Pero, ¿no se trata de eso?

Lo que sí sé es que no le puedo perder la fe a mi país. Quizás es porque nací luego de Pablo Escobar, o porque la guerrilla me tocó lejana, o porque la sombra de la violencia, en mi vida, no es tan personal.

Después de todo, sí hay una relación entre la confianza y las experiencias vividas en carne propia. Y tengo el privilegio de saber que, debido a mis experiencias, confío en que Colombia puede ser diferente. Entonces, tengo la claridad irrevocable de que le apostaré a Colombia todos los días, por siempre. Y tal vez, con estas palabras, quisiera motivarles a que hagan lo mismo.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/salome-beyer/

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