Antónimos

La absolución en segunda instancia del expresidente Álvaro Uribe Vélez, por parte del Tribunal Superior de Bogotá, que revoca la condena de 12 años de prisión domiciliaria dictada en primera instancia, invita a preguntarnos: ¿qué es la justicia? Y más aún: ¿qué esperamos de ella cuando se tratan casos de alto perfil político?

Quiero ser categórico: la justicia no está para agradar, ni para ajustarse a los deseos de unos u otros, tampoco lo está para servir como instrumento de revancha o confirmación de prejuicios. La justicia debe servir a un principio más noble y estructural: mantener el equilibrio en la sociedad, garantizando que todas las personas tengan los mismos derechos y obligaciones, que las leyes se apliquen de manera imparcial, sin discriminación ni privilegios. Justicia y deseo son antónimos.

En el caso del expresidente Uribe, el tribunal de segunda instancia señaló con claridad que la sentencia de primera instancia se apoyó en “apreciaciones subjetivas sobre la queribilidad de los testigos sin aplicar criterios técnicos y principios de lógica formal”. También sostuvo que la Fiscalía no logró demostrar que el exmandatario hubiese dado instrucciones al abogado Diego Cadena para cometer los delitos de soborno en actuación penal y fraude procesal.

Creo que la frase “apreciaciones subjetivas” es una advertencia: si una decisión penal se apoya en intuiciones, conjeturas, simpatías o antipatías, más que en hechos probados y razonamientos jurídicos, lo que hacemos es debilitar la justicia, porque entonces cambiamos la ley por el deseo y la garantía por la sospecha. Así lo comentaba con amigos y en algunos grupos al ver la forma y el fondo político exhibido por la juez Sandra Liliana Heredia quien, con un halo de revancha política, y apoyada en supuestos, decidió sentenciar basada en “apreciaciones subjetivas” más que en hechos fácticos. Esa misma actitud de extralimitación en la justicia que mostró en su momento, hoy viene a mostrarle su error de juicio objetivo, una condición mínima para cualquier juez de la República.

Dicho lo anterior, aquí caben dos reflexiones simultáneas. Primero: ¿qué grado de objetividad y transparencia exige la justicia cuando las implicaciones políticas son altísimas? Y segundo: ¿hasta qué punto podemos permitir que “se imparta justicia” como catarsis social, deformando así el procedimiento mismo de la justicia?

En la primera instancia, la juez Heredia dictó sentencia contra el expresidente apoyándose en elementos que ahora, la segunda instancia, considera no solo improcedentes, sino deficientes. Esa decisión, aunque en su momento fue celebrada por muchos como una manifestación de que “la justicia llega para todos”, debe ahora analizarse con franqueza en sus fundamentos: ¿se basó suficientemente en hechos verificables y en una valoración imparcial de la prueba? O más bien, ¿cargaba detrás con un velo político?

La crítica que cabe aquí no es un aplauso a la absolución, ni un ataque a la jueza Heredia por su actuar –la independencia judicial exige respeto a las decisiones de los jueces–, sino una defensa de la integridad del proceso: cuando una decisión contiene elementos de valoración subjetiva mayor que los estrictamente objetivos, se pone en riesgo la igualdad ante la ley.

Por eso aquellos que en su momento celebraron la condena (y lo hicieron) por considerar que simbolizaba igualdad, deberían ahora mantener la coherencia de celebrar la aplicación de la justicia cuando favorece a quien no les agrada. Porque si la justicia solo vale cuando la decisión coincide con mis preferencias, entonces no es justicia: es venganza o revanchismo selectivo.

La revocatoria no debe leerse como un veredicto de inocencia absoluta sin matices, sino como un recordatorio: que la justicia debe tener procedimientos, reglas y garantías. Que quien acusa tenga que probar; que quien juzga sea imparcial; que el imputado tenga derecho a la defensa; y que la valoración de la prueba sea razonada, no intuida. Este proceso continuará ante la Corte Suprema de Justicia mediante el recurso de casación, como ya lo anunció el precandidato Iván Cepeda. Parece ser que la tercera será la vencida. Y en ese camino, la justicia deberá mostrarse fuerte, igual para todos, rigurosa y libre de velos políticos, porque la justicia, como lo dije, no está para complacernos, está para garantizar que nadie quede al margen, ni favorecido por el arbitrio, ni condenado por el deseo. Si lo logra, habrá servido a su propósito.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/andres-jimenez/

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