Antiuribismo o una forma de no pensar

Antiuribismo o una forma de no pensar

El ocaso del uribismo nos dejó un mal igual o peor que su propia existencia: el antiuribismo. Tan irracional, absolutista y violento como le señalan a su némesis, otra cara de la misma moneda.

Lo representa una camada de políticos que se estrenó hace un par de años en el Congreso – que ojalá me equivoque, pero crecerá en las próximas elecciones– y que llevan un año largo en escenarios locales, algunos incluso como mandatarios. Todos comparten que su mayor mérito y propuesta es ser, supuestamente, todo lo contrario a Uribe, basta con eso, no se les exige nada más.

Y se camuflan allí, bajo ese aparente manto de bondad y valentía con que enfrentan al dragón, San Jorges que vienen a redimir a Colombia. Pero es un cascarón vacío de cualquier idea o propuesta, e incluso peor, si hay algo ahí es el uso y abuso de las mismas prácticas poco éticas del Fujimori paisa y, hay que decirlo, bastante extendidas en toda la política del país.

Se la pasan felices en sus puestos, facturando de la teta pública y haciendo cada tanto como Bart Simpson, di lo tuyo: ¡Uribe paraco! Y ya está, librado el mes, automáticamente lloverán los me gusta y los seguidores, y sus asesores insistirán en repitir la fórmula con cada vez mayor éxito. ¿Para qué hacer el trabajo para el que los eligieron si con eso basta y tocan el cielo?

¿Y si les hacen una crítica? Fácil de resolver. Es porque quien la hace es un uribista o un tibio, que viene a ser lo mismo: un uribista camuflado. ¿Acusaciones de corrupción? ¿Evidencias de que hacen mal su función? ¡Imposible! La respuesta es simple, seguramente es un gran complot urdido desde el Ubérrimo para detener a ese país que “despertó”, o incluso es porque se trata de una orden internacional del imperialismo neoliberal, la otra palabra que repiten como mantra onanista.

Y ahí van, felices, sanguijuelas de la Colombia que dicen estar salvando. Ojalá más ciudadanos puedan percibir el silencio que proviene de la oquedad de las cabezas de estos nuevos – o reencauchados – políticos antiuribistas.

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